Visitar
la Colegiata del Sar, en las afueras de Santiago de
Compostela, me produce una
cierta desazón. No encuentro en su interior la serenidad y el sosiego que cabe
esperar (es mi opinión) en un templo románico del sigo XII. Otros lugares de la
misma época definen un espacio acogedor e íntimo. En éste no es el caso, y no
sé la causa.
UN TEJADO EN VEZ DE TRES |
Fue
fundado por canónigos de la Orden de San Agustín en el primer tercio del siglo
XII, cuando aun vivía Gelmírez, y es posible que la construcción del templo
quisiese ser una muestra del (supuesto) poderío de los canónigos. Tal vez una
réplica al poderoso arzobispo, que les había prohibido entrar en la Catedral a
caballo y cosas similares. Las crónicas nos hablan de enfrentamientos por temas
de poder, algo que sigue siendo de plena actualidad.
PROPORCIONES PARA ASOMBRAR |
Me
quiero imaginar a los canónigos, ricos en demasía, patanes y con la arrogancia
que presta el dinero a quienes no lo saben usar, mandando hacer un templo que
asombrase a todos.
Las
técnicas románicas para iglesias de planta basilical, con bóveda central de
medio cañón, aconsejaban construir otras laterales, más bajas que la central,
de modo que ésta descargase su empuje a través de ellas. Incluso en el exterior
se notaba esta estructura con una cubierta, correspondiente a la nave central,
y dos pequeños tejados, que correspondían a las naves laterales. Este juego de
tres tejados corrían a lo largo del templo, desde la fachada hasta el ábside.
Los
canónigos, que tal vez de esto no tenían idea, quisieron un
templo de tres naves
con, casi, la misma altura. Incluso con un solo tejado cobijando las tres
naves: principal y laterales. La cosa no funcionaría y así se lo dirían los
constructores, sabios en su oficio como nos lo muestran las múltiples obras que
nos dejaron, aún perfectas, y coetáneas con la iglesia de la que hablo ahora. Porque,
además, el edificio en cuestión se construiría en terrenos sedimentarios, sin
mucha cimentación. Mal principio.
EN EL CENTRO, AÑADIDO A LA BOVEDA PARA CERRARLA DE NUEVO |
Quiero
creer que se lo advirtieron de todos los modos posibles a los canónigos, pero
que éstos no se dejaron convencer. “Quien paga, manda” ya era regla de oro aplicable
a los trabajadores, y el templo fue para arriba castigado a venirse abajo.
ARCOS VENCIDOS EN UNA NAVE LATERAL |
Los
peores augurios se cumplieron. La bóveda empujó como tenía que ser, pero no
había estructuras que derivasen ese empuje, como sería de esperar en un
edificio bien hecho, y todo comenzó a deshacerse. Las hileras de columnas se
abrieron y parte del techo se vino abajo. En los siglos XVII y XVIII se detuvo
el deterioro, adosándole al templo unos gigantescos arbotantes y poniendo cuñas
de piedra en las partes de la nave central que se habían caído. No sé si
lañaron las piedras en su parte no visible, todo es posible.
Para
mí, esos arreglos le confieren ahora al Sar una belleza singular, tal vez la
elegancia de, por fin, haber asumido su impertinente arrogancia, pagando de
este modo el no haberse dejado aconsejar por quienes sabían cómo hacer los
trabajos. Ahora, por fin, ha atendido a los técnicos y se ha dejado restaurar.
CONTRAFUERTES SALVADORES |
Al
lado de tanta cosa extraña, en el claustro encontramos un reducto de intimidad,
esa serenidad que tan bien definen las normas románicas cuando están sabiamente
utilizadas. Está atribuido al Maestro Mateo, o a su escuela.
Pero
del claustro y de las cabeceras del templo, hablaré en otra ocasión. Prefiero
dejar aquí mi idea de la impertinencia redimida al asumir la presunción y sus
consecuencias, como muchas personas que se hacen grandes al reconocer sus
errores y actuar en consecuencia.
EL CLAUSTRO MERECE MENCIÓN APARTE |
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