Cuando al final del verano vemos el campo como en reposo, o
en invierno se nos presenta frío y aparentemente dormido, se nos puede hacer difícil imaginar la
cantidad de vida que allí se esconde. Hay vida latente y, cómo no, vida manifiesta.
Semillas dormidas, como esperando turno y huevos aguardando las condiciones
apropiadas para eclosionar.
Pero en el monte todo llega siempre. Llegará esa
conjunción de luz, humedad y temperatura que será una señal con la que muchos
seres comenzarán su andadura por este mundo. Cada uno, sin más armas que su genotipo, a
enfrentarse a la selección natural. ¿El premio?, dejar descendencia, es decir
contribuir a que se forme la generación siguiente contribuyendo, de modo
individual, al mantenimiento de la población de la que forma parte y, por
tanto, de la especie.
La selección natural espera |
Esos componentes, los biológicos, forman la materia prima del posible cambio que puede ocurrir y ante el que todas las poblaciones deben
estar preparadas, son los componente intrínsecos de los cambios biológicos.
También es lícito preguntarnos quiénes regulan esos cambios: son agentes externos a cada ser vivo, de los que podemos decir que forman las causas
extrínsecas de los cambios. Aunque varíen de unos lugares a otros, esos
factores exteriores son los componentes ambientales, precisamente aquellos en
los que se desarrolla la vida de las poblaciones. Por lo general, suelen
presentar ciclos bastante regulares de frío-calor y sequedad-humedad, de modo
que los seres vivos se acomodan con normalidad a los pequeños cambios que puedan ocurrir
de un año para otro. Porque, normalmente, los grandes cambios ambientales suelen ser
muy lentos.
Este tiempo que estamos viviendo en la actualidad aparece
como anormalmente alejado de las fluctuaciones que se podrían esperar. Nunca
hemos visto modificaciones de la magnitud que encontramos y que se producen con una
velocidad inusitada. Cada año se rebasan las temperaturas medias del año
anterior y de este modo tenemos que cada vez los veranos son más y más cálidos y
duraderos. Con la sequía llevamos años, de modo que cuanto pueda llover en
invierno, siempre poco, es incapaz de ponernos en los niveles hídricos de
antaño.
La selección natural permitirá o no que alcance el estado adulto |
Creo que, de modo inexorable, estos cambios inciden de
manera negativa en las poblaciones de seres vivos, que se ven fuertemente
presionadas para resistir a ellos. Pero no olvidemos que la resistencia solo se
produce si ya hay individuos preadaptados a estos cambios. Vamos a comentarlo.
Dentro de la variabilidad de las poblaciones, han de existir
alelos que permitan vivir en situaciones diferentes, ligeramente diferentes, a
aquellas en las que vive la población en momentos determinados. Normalmente,
las mutaciones son así, que permiten a los genes realizar las mismas funciones
pero con pequeños cambios ambientales: de temperatura, de humedad, de recursos.
En una población dada, con tamaño suficiente, ha de haber la suficiente
variabilidad que asegure hacer frente a los cambios que se puedan ir
produciendo. A eso le llamamos preadaptación. Deben existir en la población
individuos adaptados a posibles cambios en las condiciones ambientales, más o
menos temperatura, mayor o menos humedar, presencia o ausencia de determinados
recursos. Puesto que los cambios se producen poco a poco y las poblaciones van
siendo seleccionadas también poco a poco a lo largo de las generaciones, con el
tiempo, pasadas muchas generaciones, se verán los cambios producidos por las
variaciones ambientales.
La preadaptación requiere tamaños de población grandes, no
unos números exiguos de individuos, que difícilmente pueden tener variabilidad
suficiente. Por ejemplo, si disponemos de una población natural de 20
mamíferos, puesto que cada uno de ellos tiene dos copias de cada gen, uno
heredado de su madre y el otro de su padre, habrá 40 copias de cada gen en la
población (quito los situados en los cromosomas sexuales para hacer más sencillo
el cálculo). En 40 copias de un gen, poca variabilidad cabe esperar si las
tasas de mutación son del orden de uno por millón. Ahí tenemos uno de los
puntos vulnerables de las poblaciones pequeñas, su poca variabilidad.
A veces, paseando por el monte en estos días, con los tonos
verdes recuperados de nuevo por estas lluvias venidas después del verano tan seco como hemos
padecido, me pregunto que qué habrá ocurrido en las poblaciones naturales. De
qué modo las altas temperaturas o la prolongada sequía ha afectado a su estructura
natural. Porque no es lo mismo la acción de estos cambios en individuos de vida
larga, por ejemplo un bosque de pinos, que sobre seres que viven un solo año,
plantas o animales. En éstos, en los anuales, la intensidad de la selección ha
debido de ser mayor.
Pienso, por ejemplo, en las plantas herbáceas que debieron
germinar en septiembre y no pudieron generar un nuevo ser, pues el campo seco y
caliente no presentaba las condiciones apropiadas para que una planta
incipiente, débil y vulnerable, creciera y estuviera preparada para afrontar
las condiciones del otoño y del invierno. Lo mismo lo aplico a los animales de
ciclo anual. Porque no hay duda de que nacieron, pero me temo que las
condiciones ambientales fueron adversas y la selección natural les impidió
seguir adelante en su andadura vital.
¿Se habrán extinguido? No lo creo. Las poblaciones naturales
son muy numerosas y suelen tener suficiente preadaptación como para hacer
frente a estos cambios. Sí es posible que haya ocurrido una intensa acción de
la selección natural. Pero todo eso entra en el “juego” evolutivo de las
poblaciones preadaptadas: sus grandes tamaños de población, su variabilidad
encubierta.
Variabilidad ocurrida a ciegas, sin prever ante qué cambios
deberían resistir, pero así es la evolución. Desconoce el futuro y sus
condiciones ambientales. Por eso, a v eces, ante condiciones extremas, las
poblaciones son incapaces de adaptarse, carecen de recursos genéticos para
hacerlo, y se extinguen.
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