PADORNELO. PORTO DO POIO. RURAL. OVALADO. |
Noviembre
va pasando inexorable. Pienso que lo de inexorable es un adjetivo que aplico a
adversidades, pues nunca, por ejemplo, lo digo acerca del modo de llegar la
primavera y sus colores. Pero sí, medio noviembre ya va fuera.
Como
todos los años, he ido al cementerio. Creo que a partir de mis escritos, es
posible ver mi actitud ante el hecho de que nuestra vida sea efímera, pasajera. No
somos eternos y lo sabemos desde siempre. Un maestro mío, después gran amigo, me
dijo en una ocasión que “la vida es corta, pero puede ser muy fecunda”. Le
asistía toda la razón, pero creo que no muchos disponen de la visión tranquila que él tenía acerca de nuestra cortedad en esta historia que compartimos todos.
A
veces, me gusta recordar la cantidad de creación artística, que ha generado la
idea de que somos mortales. Desde los relatos de quienes vendían su alma al
diablo (¿para qué querría Satanás un alma por la Tierra?), hasta los miedos de
quienes se enfrentan a dicho trance. En los años cincuenta un escritor francés,
Bernanos
, escribió “Diálogos de Carmelitas”, que tuve la suerte de
ver en Barcelona, interpretando a la protagonista nuestra gran Berta Riaza. El
miedo, el miedo, siempre el miedo a morir. Un miedo que ha sido muy fecundo en el arte.
CALDE: ARMONIA RURAL. IGLESIA. HUERTA. CASA. CEMENTERIO. TABLÓN DE ANUNCIOS. |
Cuando
yo era niño, me querían asustar con historias de muertos aparecidos y una de
ellas, muy truculenta, nos hablaba de una niña, María Dula, a quien el muerto
venía de noche, a reclamar los hígados que le había quitado. La verdad es que
aquellos cuentos me horrorizaban, pero me gustaban tanto, o más, mientras me
revolvía en mi sillita. (Aquella sillita de enea, que un año me habían traído los
Reyes).
He
ido al cementerio como me gusta ir, solo. Dejando la mente vagar cuando paseo
entre mármoles y cipreses. Pompas fúnebres, se llamaban antes estas industrias,
y creo que estaban así llamadas con mucho acierto. Hasta hace bien poco,
los cementerios eran los últimos reductos en los que los escultores locales
podían mostrar sus habilidades, y lo hicieron. Hoy las tumbas son de catálogo y
se acabó la belleza funeraria que hubo en estos recintos hasta mediados del
siglo pasado.
Hoy
no hay más que líneas pretendidamente sobrias, en todo caso reina un neogótico
incalificable acompañando a veces a un neoclásico que, también, es mejor no
calificar.
BASTAVALES. SANTIAGO |
Nuestro
cementerios rurales tuvieron, y conservan en muchos casos, el encanto de lo natural, lo asumido y, por tanto,
estaban casi en el centro de las aldeas, rodeando a la iglesia junto con el
campo de la feria en el que, también, se celebraban las verbenas. Todo en
armónica compañía. Hoy los recelos y miedos también se han instalado en las
zonas rurales y se prefiere que los cementerios de nueva planta se sitúen
alejados de las poblaciones. Los tiempos cambian, claro.
No
obstante, algo de aquella costumbre queda en nuestro subconsciente, de modo que
cuando se clausuró en Santiago el Cementerio de Bonaval, en vez de
desmantelarlo, se transformó en un romántico parque, que resulta muy concurrido
y es causa de asombro entre los foráneos que lo visitan. Allí, entre céspedes y
paseos, permanecen, vacías, las tumbas adosadas a las paredes, de quienes nos precedieron en esta vida.
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