Hace días que tengo preparada una nueva entrada
para mi blog. Una entrada sobre Lugo, en el Camino Primitivo de Santiago de
Compostela. Pero un nefasto accidente de tren ha roto todo. Fundamentalmente, ha
segado 79 vidas, a día de hoy, pero ha roto todo en esta bendita tierra.
También los ánimos, de modo que ni ganas tengo de escribir, pero quiero reflexionar sobre
algunas cosas, porque nada volverá a ser como antes.
He dicho “antes” porque está claro que existe
un “antes” y le seguirá un “después”. Un antes que conocemos, que podemos decir
cómo era, qué variables tenía y un después desconocido al que vamos, pero del que ignoramos prácticamente todo.
A fuerza de datos pasados y conocidos, nos
metemos en los futuros, desconocidos por completo. Antes y después, dos partes
de un tiempo, depende qué unidades de medidas hayamos tomado, siempre dos partes de un tiempo. Los geólogos lo miden por Eras y hablan
de millones de años, conceptos que podemos entender, pero que se nos escapan en
cuanto a percibir sus magnitudes. Los historiadores nos hablan de un antes y un
después propio de la cultura grecorromana, la nuestra, siendo Cristo el punto cero de esa
medida. Luego, están las historias de los pueblos en que determinados hitos parten los tiempos, como pueden ser la invasión de los bárbaros o el descubrimiento de
América, por poner dos ejemplos.
Para cada uno de nosotros, los tiempos son más
próximos, cotidianos: los años de instituto, de universidad, los del
trabajo, los años en Córdoba, en Barcelona o en Santiago… Así vamos dividiendo nuestras
historias para hacerlas más comprensibles, más posibles de racionalizar en
etapas.
Todos, absolutamente todos, estábamos en
nuestros sitios marcados en la tarde del 24 de julio. Como fichas de un
gran juego desconocido para nosotros pero del que, de un modo u otro, éramos protagonistas. El accidente fue como un inesperado jaque a todos y creo que cada cual
respondió a su modo, muchos con suma y ejemplar gallardía. Galicia quedó triste, con una
tristeza que saliendo de cada corazón se implantó en toda nuestra geografía.
El accidente de tren del 24 de julio, el
accidente, nos marca a todos en un triste antes y un triste después. Nada
volverá a ser como fue. Esas vidas tronchadas a la edad que fuese, pero
segadas sin razón, nos tendrán conmovidos por siempre, lo mismo que la imagen
de las familias rotas esperando alegremente a quienes ya no vendrían nunca pero
que, en su lugar, mandarían un desgarrador recado.
Por eso no tenía ganas de entrar en el blog a
escribir. Hoy, haciéndome ya a la nueva idea, esa idea de “después”, vuelvo
aquí como si todo fuese a ser igual que antes, pero temiendo que no.
Todas las víctimas han señalado un punto muy serio,
y duro, en nuestra historia, sin saber que serían sus protagonistas. Pero eso,
los análisis de lo ocurrido queda para los profesionales, los historiadores. A
nosotros nos queda vivir y adaptarnos a la nueva cotidianidad, sin olvidarnos
lo vivido y sacando nuestras propias consecuencias.
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