POR ESTA PUERTA ENTRÓ ALFONSO II |
Al llegar el peregrino a Lugo, lo primero que le sorprende es su muralla. O sus
murallas, que así las denominamos los lucenses, en plural. También debió de
sorprender al rey Alfonso II, el Casto, cuando llegó aquí camino de Compostela,
al reclamo de un cuerpo que se había descubierto y querían atribuir al Apóstol
Santiago. Entró por la puerta que hoy llamamos de San Pedro, donde hay un
monolito recordando el hecho y diciendo del rey Alfonso que fue el primer
peregrino compostelano. Eran los primeros años del siglo IX. La visión de la
ciudad desnuda, rodeada de murallas que seguían las irregularidades
topográficas debieron causar impresión al rey y a sus acompañantes. Pero siguió
caminando a Compostela, lo mismo que los peregrinos actuales. Lugo sigue siendo
una ciudad de paso en el Camino, con méritos sobrados para detenerse y ver lo
que hay, que es mucho.
JARRA CON FLORES EN LA TORRE DEL RELOJ |
Cuando
Lugo era lugar obligado de los peregrinos que venían de Oviedo y más allá, el Camino
Primitivo se le llama todavía, era una ciudad bien surtida de hospitales, si
bien hemos de tener en cuenta que entonces un hospital atendía más necesidades
de la que atiende actualmente: residencia, albergue, lugar de reposo, de
curación… Casi junto a cada puerta de la muralla había uno atendido por
diferentes asociaciones caritativas: de Santa Catalina, de San Bartolomé, de
Sta. María del Campo y más.
En
la catedral tenía ocasión de conocer a Santa María, a quien otro Alfonso, el
décimo, dedicaría sus Cantigas siglos más tarde. De entonces permanece la imagen,
ya sin milagros atribuidos, una plaza adjunta con su nombre y el testimonio, esculpido
en lo alto de la torre del reloj, que indica que aquella iglesia está dedicada
a la virgen: un ánfora de la que sale un ramo de azucenas.
CRISTO MAJESTAD EN LA PUERTA NORTE |
En
su puerta norte, la catedral tiene un hermoso Cristo majestad, muy similar al
de Carrión de los Condes, y que nos presenta a un Cristo dispuesto a juzgar. En
su mano tiene el libro con los siete sellos apocalípticos aún cerrados.
Puestos
a entretenerse y descansar en Lugo, la vida del peregrino giró alrededor de la
plaza del Pozo da Pinguela, donde había fuente pública, mesones y un albergue.
Dicen los sabidos de hoy que la hospitalidad consistía en dar cama, calor, agua
y sal. Sabemos del comercio abusivo que hubo relativo al agua, por eso cito las
fuentes públicas, pues rompían esa costumbre y, además, nos indican la
preocupación de los gobernantes en relación a los caminantes y sus necesidades.
Heredera de aquella plaza es la actual Plaza del Campo, que conserva la fuente,
hoy ornamental, y muchos mesones en los que comer adecuadamente por no mucho
dinero. Es curioso, en este entorno en el que estaban los lugares de atención a
los caminantes, siguen presentes las oficinas dedicadas a los mismos fines.
PLAZA DEL CAMPO |
Es
en esta Plaza donde se encuentra ambiente de caminantes, en el resto de la
ciudad, con su vida definida, los peregrinos pueden pasar bastante desapercibidos.
No obstante, en la Plaza del Campo, en sus terrazas y sus lugares de comidas,
los caminantes se adueñan sanamente del ambiente, lo hacen suyo sin pretenderlo
y prestan un indefinible colorido al lugar, que muchos ven con cierto aire
nostálgico. Estamos en el Camino Primitivo, no en el Francés. Aquí no
encontramos grandes grupos de peregrinos, mas bien son parejas o pequeños
grupos silenciosos, que viven tranquilamente su caminar sin mayores
ostentaciones ni jolgorios.
ANTIGUA SEÑAL INDICADORA DE HOSPITAL DE PEREGRINOS |
La
salida de la ciudad se hacía por la Porta Miñá, la más antigua de las murallas,
que daba a la calzada romana por la que se llegaba al puente, también romano. A
los pocos metros de esta salida, los peregrinos saludaban a la Virgen del
Camino, hermosa talla, a la que pedían ayuda en su caminar. Es curiosa esta
devoción naciente hacia María. En otras localidades del camino, en León, por
ejemplo, y también en la salida, existen santuarios suyos bajo la misma advocación
“del camino” pidiendo ayuda en los tramos siguientes. La capilla de la que
hablo, ahora es de una cofradía privada, pero tienen a la Virgen del Camino
dignamente colocada en un altar lateral.
PORTA MIÑÁ |
Atrás
queda Lugo, el peregrino sólo tiene que dejarse llevar por la calzada romana
hasta cruzar el río Miño. Cuando esté sobre el puente, a su izquierda dejará
las antiguas termas romanas, aún en funcionamiento. Luego, tuerce a la derecha
y camina hacia Orbazai, pero antes pasará por otro hito propio de las urbes con
un cierto tamaño: el hospital de leprosos puesto bajo la advocación de S.
Lázaro. Como en otras localidades del Camino, se encuentra a la salida de la
población, una ubicación que no entiendo mucho, pues considero que sería más
sano que estuviesen en las entradas, sin dejar penetrar a los enfermos, como
ocurre en Compostela, evitando posibilidades de contagios.
¿Marcharía
contento el peregrino? Quiero creer que sí. Había tenido
agua disponible para
asearse y beber, dispuso de varios hospitales, la catedral le dio lugar
apropiado para sus actos de devoción. Y, por si fuera poco, la muralla le había
brindado una buena protección ante bandidos y salteadores…
VIRGEN DEL CAMINO, EN LA CAPILLA DEL CARMEN |
Tal
vez haya dado cuenta de lo que pudo haber encontrado en Lugo el caminante. Para
mí, en Lugo encuentro mucho más. Aquí supe lo que era el Camino, conocí las
historias y las leyendas, todas mezcladas sin importarme discernir. Fue en Lugo
donde dejé que creciese en mi mente una imagen de peregrino misterioso, erradicado,
sin historia ni edad, pero que caminaba a rumbo fijo. Siempre, el peregrino ha
representado para mí alguien que salió de su mundo para vivir otro, más íntimo,
mientras caminaba tras ilusiones, misterios y promesas, protagonista
en
solitario de un poema épico, el suyo. Así lo empecé a ver siendo muy niño, en
el primer Año Santo que recuerdo. Ahora la imagen casi se ha desnudado de los
ropajes iniciales, pero siempre conserva en mi mente la idea de algo mágico que
hace que cuando veo a un peregrino le mire con un cierto aire de inefable
envidia mezclada con un tinte de añoranza. La visión mágica del peregrino se
forjó en Lugo en la mente de aquel niño que fui. Aunque sólo fuese por eso, le
tengo un tremendo cariño a esta ciudad y no puedo ser imparcial al hablar de
ella.
SAN LAZARO, FUERA DE LUGO, CON SU HOSPITAL PARA LEPROSOS |
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