martes, 17 de septiembre de 2013

POR EL CAMINO DE SANTIAGO: (XXV) SORPRESAS EN PONTEFURELOS

Antes de adentrarnos en Pontefurelos, acabamos de cruzar el extremo de una amplia meseta que hay en el centro de Galicia. Esta gran llanura rompe la idea que muchos tienen de Galicia, con sus verdes prados, umbríos valles y rumorosos ríos, todos empapados en lluvia o niebla. Todo eso hay, y en profusión, pero estas llanuras también son Galicia y si en ellos el sol parece quemar, no es ilusión, es que quema.
ROMANO O MEDIEVAL
Hemos pasado una de estas llanuras desde que abandonamos Leboreiro y ahora bajamos a un río, otro más y van mil. También rumoroso este río, como tiene que ser en estas tierras, el Furelos. Puesto que hay un puente romano que dio lugar a un pueblo, éste tiene sus casas a ambas márgenes del río y se llama Pontefurelos. Así de sencillo.
A unos centenares de metros antes de Melide, viniendo por carretera desde Lugo, el cartel anuncia que el pueblo está a 200 mts. El abandono en que se encuentra es tremendo a pesar de su proximidad a la carretera. Hay casas vacías con puertas que parecen caerse al primer empujón que reciban. El tendido eléctrico aéreo afea todo el conjunto. El puente está casi oculto por la vegetación. No obstante, la reactivación de las peregrinaciones puede representar, ojalá sea así, una revitalización de este lugar, paso obligado de los peregrinos que marchan a Compostela por el Camino Francés.
Decían del puente que era romano (ahora dicen que medieval). No
PUERTA FRENTE A LA IGLESIA
obstante, está tan restaurado que a mí me recuerda el dicho aquel: “este es el cuchillo de mi abuelo, mi padre le cambió el mango y yo le cambié la hoja”. Pero mejor que nadie discuta el origen histórico del puente ni el del cuchillo. Desde lo alto del puente hay un curioso paisaje de tejados desvencijados. Es parte de lo que hay que arreglar y nadie nos va a decir si son tejados romanos o no lo son, si bien por aquí ya hubo tejares datados en épocas suevas e, incluso, un pueblo próximo se llama Teixeiro.
Debido al retraso y abandono en que cayó este caserío, las casas tienen estructura antigua: escaleras exteriores, ventanas que hoy parecen extrañas y a veces una especie de zaguán donde confluyen la entrada a las viviendas y el horno. Hoy todo eso es una joya en cuanto a pasados modos de vivir, que convendría restaurar de modo apropiado.
FEALDAD POR CABLES
La única calle del poblado no es recta como en otros pueblos del Camino. Hace un recodo frente a la iglesia para torcer hacia Melide. Por eso falta esa perspectiva que podemos ver en Triacastela, en O Cebreiro o en Leboreiro. A cambio,  todo es más íntimo, por más cercano.
A Pontefurelos le tengo un cariño muy especial. Fue aquí donde por primera vez me saludaron con el saludo que se da al peregrino :”Buen Camino…” y aunque sólo sea por eso, este pueblo tiene para mí un especial significado. Estaba con unos familiares en el único bar que había y quien nos sirvió nos saludó de ese modo al despedirnos. Después lo escucharía múltiples veces y en diversos lugares, pero la vez primera fue allí, en un bar que, gracias a cierta prosperidad, hoy es mesón con dos mesas dispuestas en una incipiente terraza.
PEREGRINOS LOS HAY, CLARO
El edificio de la iglesia carece de interés artístico. Un retablo de purpurina y escayola con imágenes del mismo material, preside su única nave. Nada que valga mucho, pero, y siempre hay un pero, a la derecha del retablo mayor me encontré con la gran sorpresa. Ocurrió que tras mirar el retablo de caramelo, di la vuelta y, en la pared derecha, vi un crucificado que me evocó mil cosas en un instante, pues el Cristo tiene un brazo desenclavado, que cae perpendicular a lo largo del cuerpo.
Ese Cristo me evoca la infancia y múltiples detalles asociados a ella y a
EL CRISTO DE PONTEFURELOS
mis primeros estudios. Todo eso, como un agradable torbellino se agolpó en mi mente la primera vez que entré en la iglesia de Pontefurelos. Ahora me sigue emocionando el ver el Cristo, cada vez por un motivo diferente.
La última vez que pasé por Pontefurelos, agosto de 2013, pregunté a la guardiana de la iglesia y me dijo que la imagen del Cristo tiene unos setenta años y que para esculpirla, su autor se inspiró en una estampa. Para mí, todo esto que relato hizo que mi primera visita a Pontefurelos, hace años ya, me resulte inolvidable y nunca me importó la suciedad ni el olvido en que se encuentra el pueblo, pues todo eso se puede arreglar cuando hay ganas. No me importó, pero me duele, entendámonos.

DESDE EL PUENTE
Nota: las fotos que acompañan esta entrada han sido hechas el dia 11 de agosto de 2013. Indico la fecha para que se aprecie el grado de deterioro y olvido en que está el pueblo.


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LEYENDA DEL CRISTO DE LA VEGA

Es una leyenda toledana, recogida por José Zorrilla en su poema “A buen juez, mejor testigo”. Antes, en las escuelas era normal que los niños conociesen un extracto del poema.
Al ver al Cristo de Pontefurelos, recordé al Cristo de la Vega, a José Zorrilla, a su Buen Testigo para un Buen Juez. Allí, de modo inesperado,  me encontraba al Cristo después de haber testificado que si, que ante él, Diego Martínez había jurado a Inés de Vargas desposarla al volver de su paso por el ejército.
Diego e Inés. Dos enamorados pobres cuya penuria impulsaba al mozo a marchar a los tercios, la emigración de entonces, por ver de encontrar fortuna. Mientras, Inés, su moza, le esperaría el tiempo que hiciese falta confiada en su juramento ante el Cristo de la Vega.
Parece que las cosas le fueron bien a Diego, de modo que al volver no reconoció a Inés ni haberle hecho ningún tipo de juramento. Ella, quien a la espera del soldado había dejado pasar su mocedad, lo llevó a juicio. Pero no había testigo y cuando, ufano y arrogante, salía el perjuro de la sala, Inés clamó “¡Llamadle, tengo un testigo!”
Siempre me sorprendió la normalidad con la que el juez se constituye ante la imagen y le toma declaración, como si fuese una cosa al uso, rutinaria. “¿Jurais ser cierto que un día…?” Y de lo alto llegó el testimonio, “Sí, juro”. Tranquila respuesta, también como lo más normal del mundo, a la vez que el Cristo bajaba su brazo derecho.
Dice la leyenda que cada uno de los implicados ingresó en un convento. Yo no sé si a Diego lo querrían en alguno, un arrogante venido a más que, por haber ganado cuatro batallas, se creía con derecho a faltar a la palabra dada a una muchacha, que le esperó tiempo y tiempo.
Tampoco lo de Inés era para meterse a monja. Ella quería casarse. Amaba a Diego, incluso por encima de su perjurio, pero el despecho la llevó al convento. 
El despecho nunca ha sido buen consejero. A veces, las entradas en convento venían a ser como suicidios en vida. Creo que estos dos casos sirven de ejemplo.

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