Antes de adentrarnos en Pontefurelos, acabamos de cruzar el
extremo de una amplia meseta que hay en el centro de Galicia. Esta gran llanura
rompe la idea que muchos tienen de Galicia, con sus verdes prados, umbríos
valles y rumorosos ríos, todos empapados en lluvia o niebla. Todo eso hay, y en
profusión, pero estas llanuras también son Galicia y si en ellos el sol parece
quemar, no es ilusión, es que quema.
ROMANO O MEDIEVAL |
Hemos pasado una de estas llanuras desde que abandonamos Leboreiro
y ahora bajamos a un río, otro más y van mil. También rumoroso este río, como
tiene que ser en estas tierras, el Furelos. Puesto que hay un puente romano que
dio lugar a un pueblo, éste tiene sus casas a ambas márgenes del río y se llama
Pontefurelos. Así de sencillo.
A unos centenares de metros antes de Melide, viniendo por
carretera desde Lugo, el cartel anuncia que el pueblo está a 200 mts. El
abandono en que se encuentra es tremendo a pesar de su proximidad a la
carretera. Hay casas vacías con puertas que parecen caerse al primer empujón
que reciban. El tendido eléctrico aéreo afea todo el conjunto. El puente está
casi oculto por la vegetación. No obstante, la reactivación de las
peregrinaciones puede representar, ojalá sea así, una revitalización de este
lugar, paso obligado de los peregrinos que marchan a Compostela por el Camino
Francés.
Decían del puente que era romano (ahora dicen que medieval).
No
obstante, está tan restaurado que a mí me recuerda el dicho aquel: “este es
el cuchillo de mi abuelo, mi padre le cambió el mango y yo le cambié la hoja”.
Pero mejor que nadie discuta el origen histórico del puente ni el del cuchillo.
Desde lo alto del puente hay un curioso paisaje de tejados desvencijados. Es
parte de lo que hay que arreglar y nadie nos va a decir si son tejados romanos
o no lo son, si bien por aquí ya hubo tejares datados en épocas suevas e,
incluso, un pueblo próximo se llama Teixeiro.
PUERTA FRENTE A LA IGLESIA |
Debido al retraso y abandono en que cayó este caserío, las casas
tienen estructura antigua: escaleras exteriores, ventanas que hoy parecen extrañas
y a veces una especie de zaguán donde confluyen la entrada a las viviendas y el
horno. Hoy todo eso es una joya en cuanto a pasados modos de vivir, que
convendría restaurar de modo apropiado.
FEALDAD POR CABLES |
La única calle del poblado no es recta como en otros pueblos
del Camino. Hace un recodo frente a la iglesia para torcer hacia Melide. Por
eso falta esa perspectiva que podemos ver en Triacastela, en O Cebreiro o en
Leboreiro. A cambio, todo es más íntimo,
por más cercano.
A Pontefurelos le tengo un cariño muy especial. Fue aquí
donde por primera vez me saludaron con el saludo que se da al peregrino :”Buen
Camino…” y aunque sólo sea por eso, este pueblo tiene para mí un especial
significado. Estaba con unos familiares en el único bar que había y quien nos
sirvió nos saludó de ese modo al despedirnos. Después lo escucharía múltiples
veces y en diversos lugares, pero la vez primera fue allí, en un bar que,
gracias a cierta prosperidad, hoy es mesón con dos mesas dispuestas en una
incipiente terraza.
PEREGRINOS LOS HAY, CLARO |
El edificio de la iglesia carece de interés artístico. Un
retablo de purpurina y escayola con imágenes del mismo material, preside su
única nave. Nada que valga mucho, pero, y siempre hay un pero, a la derecha del
retablo mayor me encontré con la gran sorpresa. Ocurrió que tras mirar el
retablo de caramelo, di la vuelta y, en la pared derecha, vi un crucificado que
me evocó mil cosas en un instante, pues el Cristo tiene un brazo desenclavado,
que cae perpendicular a lo largo del cuerpo.
Ese Cristo me evoca la infancia y múltiples detalles
asociados a ella y a
mis primeros estudios. Todo eso, como un agradable
torbellino se agolpó en mi mente la primera vez que entré en la iglesia de
Pontefurelos. Ahora me sigue emocionando el ver el Cristo, cada vez por un
motivo diferente.
EL CRISTO DE PONTEFURELOS |
La última vez que pasé por Pontefurelos, agosto de 2013,
pregunté a la guardiana de la iglesia y me dijo que la imagen del Cristo tiene
unos setenta años y que para esculpirla, su autor se inspiró en una estampa.
Para mí, todo esto que relato hizo que mi primera visita a Pontefurelos, hace años ya, me resulte inolvidable y nunca me importó la suciedad ni el olvido en que se
encuentra el pueblo, pues todo eso se puede arreglar cuando hay ganas. No me
importó, pero me duele, entendámonos.
DESDE EL PUENTE |
Nota: las
fotos que acompañan esta entrada han sido hechas el dia 11 de agosto de 2013.
Indico la fecha para que se aprecie el grado de deterioro y olvido en que está
el pueblo.
+ + +
LEYENDA DEL CRISTO DE LA VEGA
Es una leyenda toledana, recogida por José Zorrilla en su
poema “A buen juez, mejor testigo”. Antes, en las escuelas era normal que los niños conociesen un extracto del poema.
Al ver al Cristo de Pontefurelos, recordé al Cristo de la
Vega, a José Zorrilla, a su Buen Testigo para un Buen Juez. Allí, de modo
inesperado, me encontraba al Cristo después de haber testificado que si, que ante él,
Diego Martínez había jurado a Inés de Vargas desposarla al volver de su paso
por el ejército.
Diego e Inés. Dos enamorados pobres cuya penuria impulsaba al mozo a
marchar a los tercios, la emigración de entonces, por ver de encontrar fortuna.
Mientras, Inés, su moza, le esperaría el tiempo que hiciese falta confiada
en su juramento ante el Cristo de la Vega.
Parece que las cosas le fueron bien a Diego, de modo que al
volver no reconoció a Inés ni haberle hecho ningún tipo de juramento. Ella, quien
a la espera del soldado había dejado pasar su mocedad, lo llevó a juicio. Pero
no había testigo y cuando, ufano y arrogante, salía el perjuro de la sala, Inés
clamó “¡Llamadle, tengo un testigo!”
Siempre me sorprendió la normalidad con la que el juez se
constituye ante la imagen y le toma declaración, como si fuese una cosa al uso, rutinaria.
“¿Jurais ser cierto que un día…?” Y de lo alto llegó el testimonio, “Sí, juro”.
Tranquila respuesta, también como lo más normal del mundo, a la vez que el Cristo bajaba su brazo derecho.
Dice la leyenda que cada uno de los implicados ingresó en un
convento. Yo no sé si a Diego lo querrían en alguno, un arrogante venido a más
que, por haber ganado cuatro batallas, se creía con derecho a faltar a la
palabra dada a una muchacha, que le esperó tiempo y tiempo.
Tampoco lo de Inés era para meterse a monja. Ella quería
casarse. Amaba a Diego, incluso por encima de su perjurio, pero el despecho la llevó al convento.
El despecho nunca ha sido buen consejero. A veces, las entradas en convento venían a ser como
suicidios en vida. Creo que estos dos casos sirven de ejemplo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario