SAN CLODIO |
Me
gustan mucho los Monasterios. Y me sobrecogen. Los encuentro como una arrogante
manifestación de poder incuestionable mediante una belleza tremenda, también
incuestionable. (¿Por qué al poder le gusta revestirse de belleza?). Todos los
que conozco, y son algunos aquí y allá, me infunden un gran asombro, como si
fuese la primera vez que los visito, y me gusta repetir visitas.
Las
fachadas, de las que hablaré cuando sea, ya indican que allí dentro hay algo
diferente, pero eso se nota más, y de qué modo, al penetrar en el primer
claustro. De Caballeros, de Peregrinos, de Visitantes, y de maneras similares
les llaman los monjes. Es decir, el claustro en que se recibe, y da cobijo, a
quienes llegan. En Sobrado dos Monxos se siguen hospedando a los peregrinos en
ese claustro.
CELANOVA |
Pero
si en su exterior la sensación que daba el Monasterio era la de ser otro mundo,
en ese claustro nos encontramos con la grandiosidad hecha arquitectura, tal vez
para empequeñecer al visitante. Todo aquí es grandioso: la fuente central, las
columnas, los arcos, las dimensiones, la escalera que lleva a las dependencias
abaciales y que quiere remedar la de un gran palacio. Y todo ello embebido en
un gran sosiego. Si hubo ruido fuera, allí quedó. Todo el ajetreo mundano ha
desaparecido, aquí todo es calma y grandiosidad. Si a través de esa puesta en
escena, los monjes constructores quisieron propiciar un espíritu de
sometimiento en quienes penetrasen en ese claustro, creo que lo consiguieron.
Quedaba claro quién mandaba allí.
SOBRADO DOS MONXES |
Otro
cosa es el claustro adyacente, conocido como de las Procesiones. Rezuma
intimidad y la inspira a quienes, hace poco, estaban asombrados en el anterior.
Todo lo importante de la vida monacal gira alrededor de este claustro. La
iglesia, el comedor, la cocina, la sala capitular, todo tiene su acceso a
través de él. Por eso, dada su importancia en la vida monacal, suele estar muy
decorado desde un punto de vista arquitectónico, para indicar que se está en un
lugar especial.
A
veces me gusta evocar una procesión en un claustro de Procesiones. Los monjes
en dos filas, a distancia marcada unos de otros, precedidos por la cruz abacial,
con las insignias reglamentarias en medio de las filas y, al final, el Abad
revestido de sus ornamentos con toda su boato.
Era
el último en salir de la iglesia, cuando la procesión casi había rodeado la
totalidad del claustro, a punto ya de entrar en la iglesia la cruz inicial. No
podía ser que esa cabecera encontrase entorpecida la entrada a la iglesia porque la
procesión aún no había terminado de salir.
Dadas
las distancias de unos monjes a los siguientes, era posible
calcular cuánto
mediría la procesión conociendo el número de sus participantes.
Puesto que el número de monjes estaba prefijado en el momento de erigir el
Monasterio, la longitud de la procesión marcaba la dimensión del perímetro del
claustro de procesiones, independientemente de que fuese cuadrado o
rectangular. Lo importante era el perímetro, pues en él se acogería la procesión entera.
SAMOS |
El
número de habitantes del Monasterio era importante en el momento de señalar las dimensiones de las
diferentes estancias y servicios monacales, pero también indicaba el perímetro del Claustro
de procesiones.
A
veces, es bonito recordar estas cosas paseando por los hermosos claustros de
Procesiones que tenemos.
NOTA: Las fotos que presento corresponden a otros tantos Claustros de Procesiones de los Monasterios que indico.
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