La
agricultura ha permitido a muchas especies vivir fuera del ambiente adverso de
la selección natural, pero tiene sus inconvenientes. La FAO (Organización de las
Naciones Unidas para la
Alimentación y la Agricultura ), define como erosión genética a la
pérdida de variabilidad (genética) en esas especies cultivadas.
Durante
centurias, y más en estos últimos decenios, se ha llevado a cabo una
globalización de cultivos basados en criterios de productividad, eliminando las
variedades que pudiesen ser pobres en ese valor. Esa eliminación ha sido
sistemática y continuada, haciendo que muchas especies cultivadas hayan perdido
la variabilidad genética que les costó tantas generaciones adquirir, además de
haber perdido las singularidades geográficas, consiguiéndose, a veces, que haya
una sola variedad en todo el planeta.
Una
de las especies que han sufrido, o que más están sufriendo, este tipo de
erosión es la manzana. De unas treinta variedades que se cultivaban en nuestro
país, dedicadas en especial al consumo doméstico y a la fabricación de sidra,
se ha pasado en poco tiempo a menos de diez. ¿Las causas? Parece que una
empresa de alimentación, uno de cuyos postres estrellas consiste en la tarta de
manzana, ha definido las razas que utilizará para fabricarla. Una vez
determinado el tipo que se utilizará, los campesinos lo han plantado de modo
masivo, sabiendo que tenían asegurada la venta de las manzanas cosechadas. Pero
desecharon las que habían cultivado anteriormente, que han ido perdiendo
terreno de cultivo, tamaño de población y, por tanto, variabilidad, quedando en
razas residuales.
Una
situación similar se ha producido en viñedos españoles. De lo que ocurre en otros países no sé
nada.
Hoy
no parece preocupar a muchos esta situación, pues el consumo está asegurado.
Pero con esta medida se hace que la manzana, que aún crece silvestre en muchos
lugares de España, pase a depender de la tecnología humana para su
subsistencia, lo cual desde un punto de vista biológico es un desastre para ella.
Todo esto se aceleró a partir de mediados del siglo XX, con la llamada
revolución verde, cuando un alto número de variedades locales fueron
desplazadas por otras variedades que eran producto de mejoras genéticas de
diverso tipo.
En
estos casos, los cultivos resultan ser muy uniformes en cuanto a criterios
diversos de productividad, lo cual puede ser una ventaja empresarial a corto plazo,
pero un desastre biológico, pues las especies han perdido su capacidad de
adaptarse a posibles cambios ambientales que se puedan presentar. Nadie es
capaz de garantizar la uniformidad ambiental ni su duración.
Mientras
esas especies están sujetas a criterios actuales de consumo, que los podemos
considerar como un valor ambiental, o un componente de la selección natural, y
estén favorecidas por el cuidado humano, no tendrán peligro de supervivencia.
Pero las circunstancias no son constantes. Los valores ambientales pueden
cambiar en muchas de sus variables, así como los gustos de los consumidores. En
esos casos, podemos preguntarnos hasta qué punto esas especies, que han sido
capaces de mantenerse a lo largo del tiempo, tienen el potencial genético
necesario para afrontar esos cambios, manteniéndose como especies autónomas. O
si, por el contrario, se extinguirán como consecuencia de la pérdida de
variabilidad genética a la que las hemos llevado los humanos en un loco afán de
productividad.
Desde
hace un tiempo, esto está en vías de solución. En las empresas correspondientes
se han integrado científicos de diversa titulación, pero conocedores de las
dinámicas de las poblaciones naturales. Saben lo que es la diversidad genética,
sus causas y sus consecuencias. Mediante proyectos privados, o semiprivados,
desarrollan medidas para potenciar y conservar la variabilidad que aún se puede recuperar.
Se recogen cepas casi perdidas, se buscan variedades silvestres, y se cultivan
para mantenerlas. No se pretende hacer un banco de semillas, más bien uno de razas cultivadas. A cuantas más cepas posibles, mejor, pues se supone
que en ellas está la variabilidad genética suficiente para afrontar posibles
cambios ambientales.
Son
proyectos caros, que requieren de fuerte financiación y de una política agraria continuada y decidida a conservar una riqueza biológica que, de no ser de este modo,
desaparecería en pocas generaciones. Pero los gobiernos deben saber lo que quieren.
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