n pregón es un
discurso elogioso en que se anuncia al público la celebración de una festividad
y se invita a participar en ella.
Me
corresponde pronunciar el de Navidad con motivo de la inauguración del Belén de
Begonte. Para mí constituye una gran responsabilidad, pues sé bien que hay
muchas personas que lo harían mucho mejor que yo. También, porqué no decirlo,
es una gran ilusión y un honor que no creo merecer.
Pronunciaré
el pregón de una Navidad que para muchos paisanos nuestros, en especial los de la Galicia costera, viene
sembrada de profunda tristeza y preocupación debido a desastres que todos
tenemos presentes. Me dispongo a pronunciarlo comentando qué es para mí la Navidad , lejos del loco
consumismo al que nos quieren llevar y de esos aspectos sensibleros a los que
quieren reducirla. Para mí, la
Navidad es otra cosa y es lo que deseo presentar ahora ante
todos ustedes.
Pero,
como siempre me gusta hacer, comentando la celebración desde su inicio, aunque
éste se pierda en la noche de los tiempos…
urante el año
se suceden diversas festividades que nos marcan el paso del tiempo. Los
historiadores de las religiones nos dicen que tales celebraciones vienen de
lejos, de muy lejos, de cuando fundamentalmente el hombre era agricultor y que
le relacionaban con la divinidad. Más tarde, el cristianismo asumió dichos
hitos y les dio nueva dimensión, pero en el subconsciente colectivo esas
fiestas siguieron teniendo unos significados que iban más allá de los propios
de la religión cristiana.
Hablo
de fiestas que bien podemos relacionar con el ciclo del sol y su influencia en
la agricultura. Así, en el comienzo de cada primavera, cuando los días ya son
más largos que las noches, celebramos la Pascua , la plenitud de la promesa divina y la Resurrección de Aquel
que se definió como la Luz.
Más
tarde, y cuando las cosechas ya son algo más que promesa, celebramos el Corpus
Christi, la fiesta del pan y del vino convertidos en Cuerpo y Sangre de Cristo,
del alimento corporal transformado en espiritual. Luego, cuando llegamos a la
plenitud de los días y entramos en el verano, celebramos el triunfo de la luz,
del sol que está en su esplendor y de la vida que revienta por todas partes. En
esos días el triunfo del sol se recuerda mediante las hogueras de San Juan. Las
cosechas están granadas, la comida del invierno asegurada y la alegría de vivir
desborda en todos.
Conforme
avance el verano, los días comenzarán a acortarse a la vez que las noches se
irán alargando. Parece como si las tinieblas venciesen a la luz. En noviembre
llegarán los días de recordar la santa compaña, fantasmas, aparecidos, brujas,
difuntos y demás hasta que, al comenzar el invierno, el sol, la luz, que hasta
entonces pareció ir a menos, volverá a renacer haciendo que los días comiencen
de nuevo a alargarse.
Antes
de nuestra era, en este tiempo del renacer de la vida se celebraba el
nacimiento de Mitra, el dios de la luz. Fue una celebración muy arraigada en el
imperio romano. Cuando, en el siglo IV, la Iglesia Cristiana
quiso celebrar el nacimiento de Jesús lo hizo coincidir en la misma época,
tiendo en cuenta, además, que en el evangelio de San Juan muchas veces se le
equipara con la Luz
y Él mismo, en más de una ocasión, también lo hace. Celebramos, en el sentido
más amplio, el nacimiento de la luz. Pero también el anuncio del triunfo de la
luz sobre las tinieblas que, hasta entonces, estuvieron presentes de modo
amenazante en el horizonte espiritual humano.
Es
la vida que hierve lo que celebramos. Es la seguridad del bien y su promesa. La
luz de nuevo venciendo a las tinieblas, al mal como símbolo de Dios venciendo
al demonio. Ésta es la razón de que sea entonces cuando conmemoramos el nacimiento
de Jesús como principio de la redención y del cumplimiento de la promesa
divina.
Fiesta
de la vida. Es eso lo que nos reúne aprovechando el nacimiento del Señor.
Fiesta de la vida, de la luz, de la promesa, del futuro. La promesa se hizo
realidad, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Las promesas no eran
vanas, la esperanza va a ser premiada. La luz iba a menos pero a partir de
ahora renace. A Jesús se le pondrá de nombre Enmanuel, Dios con nosotros.
ndudablemente
es ésta la alegría que impregna de modo subconsciente las celebraciones que
tenemos en puertas. Cristo nace y comienza el final de un largo período durante
el cual el hombre ha ido como peregrinando por un mundo obscuro (Jesús es la Luz que ha llegado), guiado
por símbolos y mensajes traídos de modo más o menos encubierto por los
profetas. Isaac representó a Jesús, a Abrahán se le dijo que su descendencia
sería más numerosa que las estrellas, Daniel predijo el momento en que llegaría
el Mesías, el maná cayó del cielo como alimento corporal representando el
futuro alimento espiritual de peregrinos atravesando el desierto. Pero todo eso
termina con este nacimiento y con él comienza la plenitud de los tiempos. Eso
es motivo suficiente para llenar de alegría los ánimos de los hombres de buena
voluntad, esos hombres a quienes, en esa noche, los ángeles felicitarán la
primera Navidad de la historia. Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a
los hombres de buena voluntad.
Pero
junto a la celebración puramente religiosa, mezclándose con su misma
naturaleza, siempre ha permanecido latente la otra, la que basada en una
religiosidad inherente al ser humano, viene hasta nosotros desde los tiempos
oscuros en que nuestra civilización balbuceaba sus primeras expresiones. Las
celebraciones propias del nacimiento de la Luz se han mezclado de tal modo con las
cristianas, que hoy sería difícil discernir cuáles son de un tipo y cuáles de
otro. Sabemos que en civilizaciones remotas estas celebraciones consistieron
fundamentalmente en reuniones familiares, en concreto alrededor de la mesa,
donde comidas ricas en energía ayudaban a luchar contra los fríos imperantes. La
gente se intercambiaba regalos y la vida misma era celebraba. En este sentido,
niños y ancianos eran los seres mimados de los festejos familiares: unos por
tener la vida por delante y otros por casi haber completado ese mismo ciclo. En
algunos lugares del norte de Europa se veneraba a los abetos y se les adornaba,
como los seres vivos más longevos conocidos. Más tarde, en algún momento de la
historia, se hizo coincidir con este tiempo el inicio del año.
a tenemos
definidas las pautas de nuestra fiesta y de sus momentos claves. Nace el Hijo
de María, y en él celebramos a todos los niños. Comienza la época en que las
promesas se harán realidad, y con motivo de esa visión de futuro, celebramos la
continuidad de la vida. Navidad, fiesta del nacimiento de Cristo y fiesta de la
vida celebrada en el entorno más íntimo, en el familiar. Fiesta de la familia.
Por eso, a lo largo de la
Navidad , también se celebrará a la Sagrada Familia
como símbolo de las demás. Asistimos a la celebración de un conjunto de sucesos
que, refiriéndose a la infancia de Jesús, nos sirven de pauta para nuestra
misma vida. Pero cada uno lo hará a su manera.
Nos
vamos acercando de modo inexorable a la Navidad , pues aunque no queramos, o queriéndolo,
las Navidades vienen y se van. Recordemos aquel villancico "La Nochebuena se viene, la
nochebuena se va. Y nosotros nos iremos y no volveremos más". Este es uno
de los sentidos de la Navidad.
Su perennidad cíclica frente a nuestra transitoriedad. Hay
cosas de siempre, la Navidad
es una de ellas, mantenidas por seres perecederos: nosotros. Y somos quienes
ahora estamos aquí los que celebraremos la Navidad un año y otro y otro, hasta que venga una
Navidad en la que ya, definitivamente, no estaremos. Pero la Navidad seguirá viniendo y
comenzaremos a estar en los recuerdos, ojalá que de muchos y durante mucho
tiempo. No obstante aquí estamos, dispuestos a celebrarla de nuevo, como una
vez más de las muchas que se celebrarán hasta el final de los tiempos. En esta
ocasión nos corresponde ser los depositarios de una tradición que viene desde
quién sabe cuándo y que se proyecta hacia un futuro también muy remoto.
a vida sigue,
sigue y sigue y celebramos que siga contando con nosotros. Porque la vida es un
regalo que se nos ha dado sin mérito alguno por nuestra parte. Porque todos los
beneficios verdaderos que disfrutamos nos han venido así, por regalo: la vida
es el mayor de ellos. Y eso celebramos, junto a los que vienen, los niños y
junto a quienes nos la transmitieron, los mayores. Entre esos extremos estamos
nosotros, que hemos recibido unos modos, que los ejercemos y que los
transmitimos. Tradición pura, así funciona y así es como conviene entender
muchas de las cosas que vamos a vivir dentro de unos días, o que comenzamos a
vivir hoy, aquí, en Begonte, cuando estamos inaugurando el Belén
correspondiente a este año.
Porque
la Navidad ,
como celebración antigua que es, está cargada de tradiciones, muchas de las
cuales vienen ni se sabe desde cuándo. Tradicional el turrón, las doce uvas, el
árbol, el belén. Hoy es un conjunto de costumbres adoptadas a nivel mundial que
configuran un modo universal de celebrar la Navidad. Pero cada
una de estas cosas tuvo su origen y fuimos nosotros quienes las aceptamos y
elevamos al rango de símbolos por tener un significado especial, como Noche de
Paz, o como el Belén de Begonte que se inició tímidamente hace treinta y un
años y hoy forma parte substancial de la Navidad de todos nosotros.
Cada
cosa que hagamos en Navidad vendrá cargado de una doble vertiente: lo hacemos
para nosotros mismos y, también, para que a nuestro lado vayan aprendiendo los
niños, sin que nadie les tenga que decir nada. A veces pensaremos en las muchas
Navidades que hemos vivido y posiblemente las recordaremos habiendo sido
nosotros protagonistas diferentes de ellas, según nuestras edades. Las más
remotas en nuestros recuerdos las vemos a través de los ojos del niño que
fuimos, con unos hermanos también niños, temerosos ante la visita de los reyes
o ilusionados ante el nacimiento que para nosotros habían hecho nuestros padres
o nuestros hermanos mayores. Luego, con el tiempo, fuimos nosotros los que
hicimos los belenes y quienes adornamos las casas. Más tarde hubo niños a
nuestro lado que aprendieron de nosotros y, ahora, ya casi son ellos los que
hacen las cosas y a nosotros nos corresponde ayudar, opinar y orientar. ¿Es la
vida la que está pasando? ¿Acaso somos nosotros los que pasamos a lo largo de
estas celebraciones anuales? "La nochebuena se viene… y nosotros nos
iremos…" Es la vida que fluye y, mientras, nosotros que la disfrutamos
casi sin darnos cuenta del enorme beneficio que representa.
Tradiciones
y tradiciones navideñas: villancicos cantados con ritmos populares pero
rebosando dogmas como aquel que dice que "San Gabriel bajó del cielo para
anunciar a María el misterio y la grandeza de ser madre del Mesías", o con
alusiones a la Eucaristía
"y si quieres tomar pan más blanco que la azucena, en el portal de Belén la Virgen es panadera".
Ángeles que tocan campanas "Belén, campanas de Belén que los ángeles
tocan…" Villancicos que nos definen muy bien, como aquel que habla de la
muerte a un Niño recién nacido "pastor, ¿dónde quieres ir? Voy a Belén
por si el Niño con Él me deja morir…" Villancicos que non llevan a
ambientes de las mil y una noches: "La Virgen se está peinando entre cortina y cortina,
los cabellos son de oro, los peines de plata de plata fina". Villancicos
que derrochan ternura con el Niño: "El Niño se duerme con dulce acunar.
Cantar pastores que se duerma el Angelito, cantar pastores a este Niño tan
bonito. Cantar pastores, pero fuera del portal, que está dormido y se puede
despertar…"
Ternura,
también es cierto, con un Niño que, por muy Dios que sea, ahora está encarnado
en el ser más indefenso que pueda haber. Ese Niño ha nacido indefenso y morirá
quejándose a Dios del abandono en que se encuentra. Entre uno y otro hito,
pasará haciendo el bien, como dirá San Pedro en su alocución a los gentiles el
día de Pentecostés, y hablará de soledad y solidaridad: "bienaventurados
los pobres, los tristes, los que lloran" "venid, benditos de mi
Padre, porque tuve hambre, porque tuve sed, porque estuve triste…"
"cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, conmigo lo hicisteis".
Solidaridad
o caridad, es bueno actualizarla en estos días, cuando encontramos tantos
necesitados a nuestro lado. Necesitados de nuestro cariño, de nuestra ayuda, de
nuestro dinero. Cuántos y cuántos que están llamando a las puertas de esta
prosperidad nuestra y muchos olvidando que no hace mucho tiempo éramos nosotros
quienes íbamos a los cuatro puntos del mundo para conseguir lo que ahora ellos
buscan en nuestro entorno.
Solidaridad
con los nuestros, con los marineros gallegos que han visto cómo en un instante
se les vino abajo toda una historia hecha con trabajo, ilusión y empeño. Una
negra sombra, siempre cruel, les ha dejado sumidos en la desesperanza y con una
tremenda sensación de orfandad. También ellos vivirán una Navidad diferente,
ojalá que pronto dispongan de los medios necesarios para que desastres como el
que se ha vivido no pasen de ser meros contratiempos.
después,
cuando estemos tranquilos con nosotros mismos, con quienes nos quieren y con
aquellos a quienes queremos, vivamos con avidez estos días que son un regalo
más que nos hace la vida sin nosotros merecerlo. Vivamos la alegría de volver a
ver ese Niño indefenso colocado sobre pajas "le llevaré el corazón que le
sirva de pañales" hemos cantado más de una vez en un villancico. Estemos
más atentos que nunca con los nuestros y dejemos que la alegría llene nuestros
corazones mientras contemplamos a los que hoy estamos y recordamos de modo
entrañable a quienes estuvieron en otro tiempo y que no volverán a estar.
Pues
éstas son unas fiestas que, aunque siempre fueron las mismas, constantemente
nos obligan a replantear el modo de vivirlas. Porque hubo años en que se
iniciaron ausencias, y qué ausencias, y hubo también años en que se estrenaron
presencias. Faltó alguien, apareció alguien. Y siempre se trató de personas
importantes en la historia familiar, la nuestra. Con todos ellos acerquémonos a
lo más nuestro, lo más íntimo. Dejemos que aflore ese montón de agradecimiento
que debemos de sentir hacia quienes nos pusieron en esta vida y con quienes
hacen que nuestro transcurrir por este mundo sea más sencillo. Con ellos
celebramos estas fiestas del modo más íntimo posible, de manera sencilla pero
colmada de momentos que llenarán nuestros días de un significado diferente.
Charlaremos con los parientes que están lejos, visitaremos a los amigos de
siempre para pasar un rato sosegado con ellos y compartir las alegrías y las
penas, que de todo hay y, en algún momento, desearemos estar solos para encontrarnos
con nosotros mismos. Porque la
Navidad también es un buen momento para hacer balance
personal. Termina el año y no viene mal mirar cómo van nuestras cosas, las
personales. Qué conviene mejorar, que hay que modificar, qué cuestión es mejor
dejarla zanjada.
Durante
esos días, dejemos que vuelva a salir a la luz el niño aquel que fuimos y que
llevamos dentro como adormecido. Dejemos que se asombre ante el belén, que se
maraville ante el árbol o que se ilusione ante el paquete que encierra un
regalo. Vengamos a Begonte para encandilarnos con el Belén más bonito que
hayamos podido ver, ese Belén que ya forma parte de nuestra Navidad, pues hemos
venido tantas veces a verlo que ya no sabríamos qué hacer si no fuese una
referencia más en nuestra navidad.
Navidad
del año 2002, ésta que está en puertas y a la que nos vamos acercando casi sin
notarlo. El espíritu de la
Navidad ya casi ha florecido en las calles, en las casas y en
los corazones. Cada día encontramos más detalles que nos van metiendo en ella y
cuando menos lo pensemos estaremos celebrando la Nochebuena. La
Nochebuena se viene, la
Nochebuena se va… Pero es posible que ésta de 2002 siga
siendo nuestra. Una Navidad más, ojalá que nos llene de vivencias para recordar
más tarde, ojalá que sea la
Navidad más importante de nuestra vida. Y ahora, a punto de
terminar este pregón, quiero expresar mi profundo agradecimiento a quienes me
dieron la oportunidad de ser de los primeros que les felicite la de este año:
Señoras
y Señores, Feliz Navidad.
Felices
Pascuas, amigos.
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