Después del
descifrado de la secuencia de nucleótidos que constituyen nuestro genoma, han salido
a la luz diversos comentarios más o menos gratuitos, muchos de los cuales nos
quieren hacer creer que en los genes de cada uno está escrita nuestra vida. Se
nos viene a decir que, estudiando el ADN de un recién nacido, se podrá saber
cómo será, cuándo enfermará e, incluso, cuándo y cómo morirá. Es decir, en el
ADN vendría fijada la historia particular de ese bebé del que, en consecuencia,
podríamos pensar que ha nacido predeterminado.
ANTECEDENTES
Tengo
entendido que fueron los caldeos los primeros que atribuyeron a los astros
poderes especiales sobre nosotros, de modo que determinaban nuestro comportamiento.
Otros dicen que esta creencia procede de Babilonia, aunque tampoco falta quien
sitúe su origen en Egipto. Para el caso, nos resulta indiferente el lugar de
origen, y la cultura, en la que apareció esa manera de pensar que, adornada de
atributos, símbolos y métodos de estudio, más tarde daría lugar a la astrología.
Los astrólogos daban, y dan, por establecido como principio fundamental de su
saber, que las pasiones, virtudes, malas costumbres, capacidades y cualidades
morales y físicas que pueda tener una persona, vienen influidas y determinadas
por la situación de los astros en el momento de su nacimiento. Ya que conocer y
estudiar esa situación permitiría predecir con detalle el futuro de un niño
acabado de nacer, los astrólogos hacían sus correspondientes Cartas Astrales,
que más tarde sus titulares consultarían con toda fe.
En la época
romana esta creencia en el condicionamiento de las conductas a causas externas,
siempre misteriosas, adquirió un aspecto que todavía persiste entre nosotros. Se
creía que cada persona estaba acompañada por un fado, un fatum. He aquí el origen
del fatalismo y sus palabras derivadas, siempre relativas a hechos adversos
contra los que resulta imposible prepararse. También para los griegos existía
un ser con la misma función, el daimón, nombre que luego fue utilizado por los
cristianos para denominar al "demonio". El ángel de la guarda cristiano
sería un descendiente conceptual del fatum, sólo que en este caso su labor estaría
limitada a aconsejar, teniendo en cuenta la libertad que el cristianismo atribuye
a cada uno.
Creer en estas
influencias externas, implicaba creer que el futuro de las personas estaba fijado
desde siempre, que era un destino inexorable y, por tanto, ni la voluntad ni la
inteligencia humanas serían capaces de dirigir los acontecimientos vitales de
los individuos. No hace falta decir que, según esta idea, el ser humano no solo
sería incapaz de luchar contra su fatum, tampoco podría cuestionarlo: era una fuerza
ciega, impuesta, que lo llevaba a su destino implacable. (En la cultura española
hay abundantes pruebas de esta idea, dende la pieza teatral "Don Alvaro o
la fuerza del sino" del Duque de Rivas a canciones populares: "el día
que nací yo/qué planeta reinaría… Estrella de plata/déjame ser buena…"). De
acuerdo con estas ideas, la libertad de actuación, y de elección, está negada al
ser humano. Por tanto, también lo estará la responsabilidad que se pueda
derivar de sus actos pues, al no tener libertad de opción, tampoco será sujeto
de un premio o un castigo por la acción realizada.
Tal vez,
ideológicamente el fatum se iguala con Dios. En ese caso aparece la
predestinación, que viene a decir que Dios tiene, desde siempre, determinado quién
se salvará y quién se condenará. Este desvío doctrinal, que negaba el libre
albedrío, estuvo muy en boga entre los cristianos del tiempo de la Reforma y no fueron pocos los
esfuerzos intelectuales realizados para luchar contra él, como sería el caso de
la obra teatral llamada "El condenado por desconfiado", de Tirso de
Molina, o de varias obras de Teresa de Jesús. En nuestros días, esta idea aún
permanece en el sentimiento de mucha gente, como lo indican frases del estilo
de "Estaba de Dios" o "Lo tenía allí escrito", que se
acostumbran utilizar como razón última para explicar, y aceptar, algún suceso
nefasto.
Encuentro que
tanto la astrología como el fatalismo consideran al hombre como un ser inmaduro,
incapaz de considerar ni de decidir entre opciones contrapuestas. Más bien
aparece como un ser manipulado desde fuera, con una conducta prefijada contra la
que, por más que quiera, no puede luchar. Sus actos están previstos desde siempre
por determinantes externos a él. Según esta idea, poco, o nada quedaría restringido
al campo de la libertad individual, una característica propia de los humanos,
como se queja Segismundo en "La vida es sueño": "…y yo con más
albedrío/tengo menos libertad…".
A lo largo de
la historia del pensamiento, esta dualidad entre determinismo e indeterminación
en relación con la conducta humana no dejó de presentarse como un tema
recurrente cada vez que aparecían nuevos argumentos a favor de una u otra
postura conceptual. En los tiempos actuales, las posturas deterministas vuelven
a aparecer con una supuesta base científica y, por tanto, pretendidamente
indiscutible. Según estas opiniones actualizadas, la conducta humana estaría diseñada
por los genes de cada individuo. De nuevo se recurre a causas contra las que la
persona no puede luchar y que le eximen de ser responsable de sus actos. Si
bien los genes son algo "interno" de cada individuo, vuelven a aparecer
los agentes exteriores como responsables de su conducta, pues estos genes fueron
heredados, es decir, le han venido de "fuera". Cada vez con más
frecuencia vemos que personas procedentes de los más diversos campos del saber,
esgrimen los conceptos de gen o de genotipo, como eximente de cualquier tipo de
actuación de los individuos.
Ante estas
situaciones de confusión, es necesario ver de modo pormenorizado qué entendemos
por genotipo y qué función le atribuimos en la dinámica biológica de cada
individuo.
Desde hace
poco un nuevo concepto ha aparecido en la genética, el de genoma. Entendemos
como tal al conjunto de genes de una especie, que está contenido en cada uno de
los gametos que un individuo hereda de sus progenitores, cuando se trata de seres con reproducción sexual. En el genoma están representados
todos y cada uno de los genes que configuran las funciones biológicas de una
especie. Por eso todos los humanos compartimos el mismo genoma. Hablo de genes,
por ejemplo, el correspondiente a los grupos sanguíneos. Hay tres formas
hereditarias de determinar diferentes tipos de grupos sanguíneos. Estas formas
reciben el nombre de alelos. Aunque todos los humanos tenemos el mismo genoma,
diferimos en la constitución alélica que poseemos, como podemos constatar al
comprobar el grupo sanguíneo de nuestros amigos u otras características
hereditarias, como el color y la textura del pelo, por ejemplo. A esa
constitución alélica es a lo que llamamos genotipo y es propia de cada
individuo. Teniendo en cuenta que tenemos unos 25.000 genes, la mayor parte de
ellos con varios alelos, podemos pensar que salvo casos de gemelos univitelinos,
no hay dos individuos iguales, como dijo Aristóteles basándose en criterios
filosóficos.
Pero
volviendo al tema que nos ocupa, ¿es riguroso el genotipo en su modo de
determinar la historia biológica del individuo cuya existencia origina? ¿Cómo,
de qué modo, es la relación con su individuo portador al que ha dado forma?
Lo veremos
con mas detalle en los dos próximos artículos que escribiré sobre este mismo tema.