ORIGEN DEL NOMBRE DEL SAUCE LLORÓN
Para
muchas personas, el nombre de "Sauce llorón" hace referencia a las
ramas de estos árboles que, saliendo de lo alto de los troncos, caen hasta
llegar incluso al mismo suelo. Esta creencia está extendida por todas partes.
De hecho, hace tiempo aparecieron variedades cultivadas de rosales obtenidos
mediante injerto, y que presentan ramas que desde la cima de un alto tallo
erguido y, por eso mismo, se conocen como "llorones".
Desde luego, el origen del calificativo está relacionado con el aspecto, pero su causa es muy diferente a la que comúnmente se cree. Para intentar conocerla, lo mejor será ir por partes.
Desde luego, el origen del calificativo está relacionado con el aspecto, pero su causa es muy diferente a la que comúnmente se cree. Para intentar conocerla, lo mejor será ir por partes.
Este
árbol tiene como nombre científico el de Salix
babilonica, que le fue dado por Linneo en el siglo XVIII. Salix es el nombre del género y Linneo
utilizó el nombre que ya los romanos habían dado a los sauces, tal como hizo en
muchos otros casos. Lo de babilonica
corresponde al nombre de la especie y, como en la mayoría de las ocasiones,
reflejó en él alguna característica específica del ser en cuestión, su uso
cotidiano en antiguas culturas o, incluso, su origen geográfico. Por eso, lo
que presenta interés en este caso es tanto la causa de llamarle “babilonica”
en la terminología científica como “llorón” en la vulgar.
Vayamos
en primer lugar a considerar el calificativo de babilónica que se toma como
nombre específico. El árbol procede de Asia, no estando muy claro que sea
precisamente de Babilonia. Es una planta ornamental y, como tal, fue utilizada
en primer lugar en Italia e después en toda Europa. Su introducción pudo haber
tenido lugar o bien con ocasión de los viajes de Marco Polo o bien de la mano
de los cruzados al volver de regreso a sus casas. Con independencia de cuál
haya sido su vehículo de introducción, ya en frescos italianos del siglo XIV
aparecen sauces llorones como árboles ornamentales en jardines palaciegos,
nunca como árboles silvestres. Es muy posible que, al igual que más tarde
ocurriría con la flora ornamental de los pazos gallegos, esta utilización en
palacios italianos diera un tinte de distinción a estos árboles, detalle que
propiciaría su posterior utilización en jardines públicos, hecho que vendría
ayudado, como en el caso de las hortensias gallegas, por su sencilla forma de
reproducción mediante esquejes.
Una
vez considerado el nombre científico de la especie, babilónica, vamos a
ver la posible explicación del calificativo popular que recibe,
"llorón". También fue conocido como "sauce triste" pero este
nombre nunca tuvo mucho arraigo (Parece que al principio, el mismo Linneo le
llamó Salix tristis). Existe una leyenda sobre el origen del
calificativo "llorón" asignado a estos sauces, y para que la
comprendamos conviene recordar algo de historia. En la Biblia, y concretamente
en el Libro de Daniel, se cuenta cómo Nabucodonosor, rey babilónico, invadió
Israel, cautivó a sus habitantes, y los llevó consigo a Babilonia, donde fueron
esclavizados, prohibiéndoseles mostrar cualquier rastro de nostalgia de su
patria. Recordemos que éste es el tema de fondo de la ópera "Nabucco"
de Verdi, en la que se canta el hermoso coro Va pensiero, en el que los esclavos judíos recuerdan su patria y
que estuvo a punto de ser el himno nacional italiano. En una representación de
Nabucco en el Teatro alla Scala, el teatro de ópera de Milán, y para el acto en
el que se cantaría el Va pensiero, todo el escenario estaba atestado de sauces
llorones para conferir mayor verismo al momento. Bajo los sauces, cantaban el
coro representando a los judíos desterrados. Porque se dice que al estarles
prohibido a los judíos llorar por su patria perdida, se escondían bajo las
ramas de estos árboles para llorar, ocultos a su amparo. Desde fuera se oían
quejidos y lamentos que parecían salir de los sauces, pereciendo que eran ellos
los que lloraban y se lamentaban.
Es
éste, según la leyenda, el origen del calificativo de "llorón" y
también el de "triste" que, de ser cierto, no tienen relación ninguna
con el hecho de que le caigan las ramas. Mas bien este detalle fue el que
amparó a quienes lloraban escondidos bajos ellos.
En las
religiones anteriores a las basadas en la Biblia, los siempre numerosos dioses
aparecen como seres humanos que poseen los mismos rasgos conductuales que los
hombres: Las mismas virtudes y los mismos defectos. Generosos, altruistas o
valerosos, pero también envidiosos, vagos o ladrones sin faltar algún que otro
petimetre. Tal vez, lo que se pretendía con esta amplia gama de dioses era que
los hombres encontrasen un cierto consuelo al ver que seres iguales a ellos,
con características similares, alcanzaban el grado de la divinidad. En muchos
casos, estas religiones pretendían llevar el consuelo a las personas, nunca un
sentimiento de culpabilidad. Hiciesen lo que hiciesen los hombres, siempre
existía un dios que se había comportado de manera similar, por lo que no había
razón para que en la mente humana apareciese algún sentimiento de amargura.
En la
religión griega, estructurada para hacer felices a sus seguidores, sólo había
una cosa prohibida a ellos: que intentasen emular a los dioses mediante una
actitud semejante a un desafío. Esta actitud arrogante era considerada falta
muy grave, se conocía con el nombre de hibris
y estaba castigada con la correspondiente sanción divina, la llamada némesis, que imponía el dios ofendido.
Una hibris famosa fue la cometida por
Ariadna, abandonada por Teseo en la isla de Naxos: Mientras esperaba su
retorno, que no se llegó a producir, la princesa cretense alcanzó una destreza
tal en el modo de tejer, que retó a Atenea por ver quién de las dos lo hacía
mejor. Por supuesto ganó Atenea, pero Ariadna fue castigada con la
correspondiente némesis, siendo
transformada en araña y teniendo que tejer constantemente. (En el grupo
zoológico de los arácnidos existe un género de nombre Ariadna, puesto en
memoria de tan desdichada princesa).
Parece
que la manía de parecerse a los dioses siempre fue algo consustancial a los
humanos. Puede que por comparar las excelencias de la divinidad con la ruindad
humana. Cuando Eva es tentada en el Paraíso, el argumento esgrimido por el
demonio es clarísimo: "Seréis como dioses". Incluso en este tiempo,
cuando un joven envalentonado se encuentra a gusto, tal vez pretende ser
original diciendo que está "como dios", sin saber que su actitud
representa un eslabón más de una cadena de deseos presentes a lo largo de la
historia de la humanidad.
...
Desde
épocas que se escapan a la historia, existieron razas puras de animales
domésticos. Esto quiere decir razas con generaciones en las que non aparecían
miembros con caracteres indeseables, pues todos los presentes en las camadas, o
en las nidadas, compartían las mismas características buenas propias de la
raza. Hoy decimos de esas razas que son homocigóticas y que, por lo tanto,
tienen fijados esos caracteres como resultado de una selección hecha por el
hombre y llevada a cabo a lo largo de muchas generaciones, con sus éxitos y sus
fracasos.
No era
muy sencillo mezclar razas, pues en las descendencias podían aparecer caracteres
buenos y no tan buenos, ya que en la antigüedad aquellos cruzamientos eran
hechos un tanto al azar. Cuando se comenzaron a aplicar los conocimientos
surgidos de la genética a los programas de cruzamientos, se procuró generar
nuevas razas puras con muchos caracteres beneficiosos procedentes de diversas
razas previamente seleccionadas. Para conseguirlo, se programaron cruzamientos
con rigor científico.
No
faltó quien viese en este afán de producir nuevas razas un intento de reto a la
actividad creadora de los dioses. Como en la mitología, conforme a lo que hemos
dicho, este afán de emulación era conocido como hibris, a su producto se llamó “híbrido”.
BOTÁNICA
Desde
siempre, las flores han llamado la atención de los hombres. Muchas
características de esos órganos vegetales inciden en esa atracción, desde su
belleza hasta la misma cortedad de vida que tienen, sin despreciar su olor, los
colores e, incluso, sus propiedades farmacéuticas. Todos esos caracteres juntos
hicieron que no pocas personas dedicasen sus esfuerzos al estudio de las
flores. Teofrasto, (371-287 a.C), es el autor de la primera obra conocida sobre
descripción y clasificación de plantas, si bien parece que no hizo más que
recoger los comentarios de su maestro, Aristóteles. sígase
Dioscórides,
ya en los primeros años de nuestra Era, fue importante en el nacimiento de la
ciencia de las plantas. Siendo, como era, médico griego unido a las tropas
romanas, viajó mucho y alcanzó amplios conocimientos sobre plantas útiles al
hombre. Su obra Materia medica presenta
la descripción de más de quinientas plantas con uso medicinal o que podrían
aportar aceites, resinas, frutos o comestibles. En los cinco tomos que ocupa su
obra, las plantas aparecen ordenadas de acuerdo con su uso práctico (raíces de
uso medicinal, hierbas utilizadas como condimentos, perfumes, etc.) Este tipo
de presentación de las plantas según su utilidad fue importante, y mucho más si
tenemos en cuenta que, más tarde, aparecerían ordenadas alfabéticamente, lo
cual conduciría a un verdadero desastre conceptual. Dioscórides es
particularmente importante en la ciencia de las plantas y su Materia medica fue un texto de
referencia a lo largo de 1.500 años. Fue considerado como la suprema autoridad
en todos los temas referentes a ellas, sobre todo a sus propiedades
medicinales.
A lo
largo de toda la Edad Media, y principalmente en los monasterios, continuó la
costumbre, transformada ya en tradición, de estudiar las plantas en cuanto a su
utilidad. De acuerdo con el nombre griego dado a las hierbas: “botaniqué”, el
hombre que las estudiaba, tanto en sus formas como en sus cualidades, se
llamaba, de modo general, el “botanicós”. Con el tiempo, y por mayor facilidad
fonética, su acentuación se modificó hasta alcanzar la forma actual.
En los
albores del Renacimiento sucedió una fuerte conmoción científica en el mundo
europeo. Entre otras cousas, foi debida a los grandes viajes que se habían
iniciado en tiempos de Marco Polo. El mundo vegetal aportó a Europa una gran
cantidad de nuevas plantas que fueron utilizadas como alimentos, substancias
estimulantes, medicamentos e, incluso, ornamentación.
Las
flores siguieron ejerciendo una fuerte atracción ante la imaginación popular y,
como tal, aparecen referencias a ellas en los modos de hablar. En ese plan,
“flor” ha llegado a ser sinónimo de “lo mejor”: “Está presente la flor de la
sociedad...” “Está en la flor de la vida...” También, significó lo selecto “La
flor de su trabajo...”: (Ya en los inicios del siglo IX, Carlomagno había sido
calificado como “el Emperador de la barba florida...”)
De
aquí, el vocablo “flor”, pasó a tener otro significado conceptual, pues cuando
se seleccionaba lo mejor de un autor, se decía, y se dice, que se realizó una
“antología” de ese autor. No sé a quién se le ocurrió ese nombre, lo cierto es
que tuvo éxito, lo mismo que un sinónimo pasado a lengua románica,
“florilegio”. Lo curioso es que se utilizó el nombre que, en otro caso, debería
haber sido utilizado para nombrar a la ciencia de las plantas, pues “Antología”
tiene raíces griegas. “Antos” significa flor y “loxía” viene de logos, tratado.
Es dicir, significa “ciencia (tratado), de las flores”, lo mismo que “zoología”
(en griego, zoo es animal), significa “ciencia de los animales”.
Cando
se dieron nombres a las ciencias emergentes que estudiaban a los seres vivos,
el nombre de Antología ya tenía un significado bien definido y referido a
selecciones, principalmente literarias. No faltó quien propuso el de
“fitología” (en griego “fitos” significa planta), para denominar la ciencia que
estudia los vegetales, pero ese nombre non tuvo mucho éxito. Fue cuando se
recurrió al nombre griego dado tradicionalmente a los estudiosos de las
plantas, “botanicós”, y la ciencia fue llamada como siempre había sido llamada
en la tradición herborística.
Por
eso quedó este nombre para designar a una ciencia que, comparada con otras de
objetos semejantes de estudio, se debería llamar Antología (ciencia de las
flores) o Fitología (ciencia de las plantas).
PROTEÏNA
Cuando
se descubrieron las proteínas, casi de inmediato fueron relacionadas con
moléculas propias de los seres vivos. Pronto pasaron a formar parte de los
conocidos como “principios inmediatos”, así llamados por ser considerados como
las piezas fundamentales con las que se construirían los organismos.
Esos
principios inmediatos son los hidratos de carbono, los glúcidos y los prótidos.
A diferencia de los otros compuestos, las proteínas eran polímeros de una serie
de veinte compuestos diferentes, los aminoácidos, que además de disponer en su
composición de una parte constante formada por un grupo ácido, otro amino y un
hidrógeno, tienen radicales diferentes, tanto en tamaño como en cualidades
químicas. La polimerización de estos aminoácidos dan origen a las proteínas,
que, lógicamente, pueden tener secuencias y estructuras casi infinitas.
Los
otros compuestos básicos, como podrían ser los glúcidos, tenían morfologías y
estructuras moleculares tremendamente rígidas, por cuanto eran polímeros
formados por un sólo monómero y, por tanto, las estructuras moleculares
derivadas resultaban ser muy uniformes, lo cual no deja de tener su importancia
biológica. Otro tanto pasa con los lípidos: independientemente de su
importancia biológica, existe una gran uniformidad estructural en estas
moléculas.
Existen
dos hipótesis sobre el origen del nombre “proteína”. Según unos autores, podría
derivar del griego, “proteios”, con un significado semejante al término latino
“primarius”. El bioquímico holandés G.J. Mulder lo usa en el año 1839
designando con él a los cuerpos albuminoideos para hacer resaltar su
importancia básica como constituyentes de los organismos vegetales y animales.
Berzelius, en carta dirigida a Mulder el 10 de julio de 1838 sugiere el término
proteína para los albuminoides y propone ese termino cogiendo como base el
mismo “proteios”, pero en este caso en el sentido “de primer rango”.
En el
mismo plan de significado, conviene tener en cuenta otro hecho importante en la
biología, como fue el asombroso descubrimiento del microcosmos presente en una
gota de agua, invisible a simple vista, pero perfectamente estudiable con la
ayuda del microscopio. Eso ocurrió a partir del siglo XVII y cada vez fueron
apareciendo nuevas formas. Como los primeros animales que aparecieron estaban
presentes en hierbas mojadas (infusiones), fueron llamados genéricamente
“infusorios” y son los actuales ciliados. Uno de los primeros descubiertos fue
la Ameba, conocida por su movimiento
por medio de pseudópodos, llamado “ameboide”, lo cual no le permite tener una
forma definida, como ocurre con otros ciliados como Voticela, Paramecium o Ceratium. Todos estos seres recibieron
el nombre de Protozoos, y también en este caso no falta quien diga que tal
nombre tiene un origen semejante al de proteína, con el añadido “zoo”, animal,
y que significaría, más o menos, animales “primeros”, “básicos”.
En el
mismo plan, cuando se descubrió una substancia, aparentemente amorfa y de
estructura coloidal, presente en el interior de las células y en la que estaba
presentes los orgánulos celulares, se le dio el nombre de protoplasma, “plasma
básico”.
Voy a
presentar otra hipótesis acerca del origen de estos nombres. También serían de
procedencia griega, pero en este caso procederían de su mitología. El dios
griego Proteus vivía en el fondo del mar. Después de la guerra de Troya es
capturado por Menelao, que quiere que lo lleve de regreso a su casa. Proteus se
esconde reiteradamente cambiando de forma, y así no presenta ninguna propia
suya adoptando siempre cualquier otra, tanto de ser vivo como de cosa. En aquel
tiempo, no podía ser definido por su forma, pero sí por sus cualidades. Tanto
en las amebas, seres vivos, como en las proteínas, compuestos bioquímicos, se
da esta misma característica: no tener una forma definida pero sí disponer de cualidades
concretas.
No
falta quien diga que tanto el nombre de Protozoos como el de Proteínas estén
escogidos en recuerdo y en honor de ese dios que tampoco tenía forma propia. El
nombre que no está de acuerdo con esta explicación es el de protoplasma, pero
no por eso vamos a desdeñar la hipótesis, pues sabemos que las palabras cogen
vida propia y muchos las usan después sin conocer su origen etimológica. Este
pudo ser el caso cuando se dio ese nombre a la sustancia intracelular, al igual
que ahora se habla de cementos híbridos, pues el calificativo de híbrido se
aplica en este tiempo a cosas que pueden tener su origen en mezclas.
Interesante artigo. Agardo con ansia o próximo. Moito animo!
ResponderEliminarGracias, Roberto. Un saludo cordial
EliminarPor otra parte, estos artículos fueron publicados en gallego o castellano y quiero respetar eso. Otra cosa será lo que escriba de nuevo. Emilio
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