Existe consanguinidad
en una pareja cuando ambos miembros comparten algún progenitor. En principio,
no es mala. Pero si en esa familia existen alelos causantes de malformaciones, los dos miembros de la pareja pueden haber recibido ese alelo del progenitor
común, existiendo un alto riesgo de que tengan algún hijo con la tara
determinada por dicho alelo.
Se rompe la
consanguinidad cuando, habiéndola, se forman parejas entre personas no emparentadas. Entre los humanos, existen instintos que llevan
a la ruptura de la consanguinidad, y voy a comentarlos. Pero, antes, quiero
indicar que dichos instintos se han manifestado siempre y en todas las culturas
de las que tenemos datos.
En tribus humanas africanas, existen mecanismos sociales con este fin. Los muchachos procedentes de otras tribus que se integran en alguna debido a que se van a emparejar con alguna chica perteneciente a ella, ven rebajados sus deberes laborales en la comunidad que lo recibe, a lo largo de todo un ciclo anual. Las tribus que siguen esta costumbre, desconocen el beneficio genético que representa la inmigración del muchacho. Pero el beneficio a largo plazo, siempre de índole biológica, es más importante que el que se pueda producir a corto plazo, sumando el esfuerzo de un hombre más a los trabajos tribales de la comunidad.
Hay datos procedentes del siglo XIX y principios del XX, que nos hablan de poblaciones humanas con graves defectos hereditarios, debidos a consanguinidad generada en poblaciones pequeñas residentes en lugares de difícil acceso. En esos lugares, con inviernos largos y duros, las parejas consanguíneas se formaron del modo más natural. Por ejemplo, en montañas de Galicia, León o Cantabria o en las Hurdes. Pero también ocurrió algo similar en Noruega, en pueblos situados en vertientes de fiordos de difícil acceso y en algunos lugares de Norteamérica. Todas esas taras genéticas desaparecieron mediante causas curiosas. Por ejemplo, en Norteamérica desaparecieron cuando se popularizó el uso de la bicicleta y la gente joven iba de un pueblo para otro a conocer a otros jóvenes, costumbre que arraigó entre ellos, pues les gustaba conocer personas de otros lugares. Con estos paseos se generaron noviazgos que terminaron en bodas, rompiendo la costumbre de los matrimonios consanguíneos.
En Noruega se construyeron embalses hidroeléctricos inundando diversas aldeas. Los habitantes de esos núcleos fueron reunidos en grupos de población más grandes. En ellos, los matrimonios se realizaron entre jóvenes de diferente procedencia, que no tenían vínculo de parentesco, eliminando la consanguinidad en una sola generación. En nuestro país pudieron ocurrir casos similares.
Los jóvenes, ellos y ellas, cuando se trasladan a otras localidades, suelen tener mayor atractivo para establecer parejas con personas pertenecientes a las poblaciones receptoras. También en núcleos de estudios, por ejemplo, donde suelen coincidir jóvenes de diversa procedencia, es normal que se establezcan relaciones entre personas de orígenes geográficos dispares. Son pautas reiteradas que contribuyen a la pérdida de consanguinidad en poblaciones.
Todos tenemos en nuestras mentes las imágenes de enormes discotecas situadas en zonas rurales, alejadas de las poblaciones, pero situadas entre varias, más o menos equidistantes. Los jóvenes procedentes de esas localidades constituyen su principal clientela. Entre ellos, el conocer a “gente nueva” es un gran aliciente para acudir a dichos establecimientos. Está claro que al hablar de gente nueva, se refieren a chicos o chicas de otras localidades que, por tanto, representan la posibilidad del rompimiento de la consanguinidad que pudiese existir en sus respectivos lugares de origen.
Pensemos
en un autocar con una excursión de estudiantes. Si aparca en medio de una
plaza, antes que bajen quienes llegan, ya hay personas del sexo opuesto
paseando por las cercanías del autocar, como quien no quiere la cosa. En estos días pasados, con motivo del cambio de año, en muchos lugares se celebraron fiestas en las que, de modo mas o menos subliminal, andaba el aliciente de conocer "gente nueva".
Es curioso. Hasta donde yo sé, y aunque no existen muchos datos, parece (digo “parece”, ¿eh?) que en una población cualquiera, los machos inmigrantes tienen mayor éxito sexual que los machos residentes. Esos machos inmigrantes traen genes ajenos a la población receptora y, por tanto, aportan novedades biológicas. Cuantas más hembras fecunden, más presentes estarán sus genes en la siguiente generación.
Pero no pensemos que esto que comento, tanto en
humanos como en otros animales, son actuaciones premeditadas. Son comportamientos que se realizan de
modo inconsciente, yo diría que instintivo, sin saber su significado biológico,
y que tienen un saludable efecto en las poblaciones. Me gusta observar algunos comportamientos humanos, que consideramos muy elaborados, pero que tienen un fuerte componente biológico. Comentaré mas.
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