domingo, 14 de febrero de 2016

Una de refranes

Siempre me han gustado los refranes por la cantidad de saber que encierran, un saber extraído muchas veces de relacionar de modo inteligente causas y efectos. Hay refranes acerca de costumbres, de relaciones familiares, de agricultura y también los que ayudan a predecir un tiempo más o menos inmediato.

Nuestros refranes vienen del mundo romano. Aún hoy, en diferentes lenguas románicas existen refranes, todos ellos procedentes del latín, con significados similares. Por ejemplo, nosotros decimos “poco a poco, la vieja hila el copo” y “las paredes oyen”, y los franceses “pequeño a pequeño, el pájaro hace su nido” y “las paredes hablan”. El sentido es el mismo.

En nuestra literatura, no es raro el personaje secundario socarrón, lleno de sabiduría popular, amante de refranes, que va diciendo oportunamente, por ejemplo, Sancho Panza.
Al contrario que la Farmacología ha sabido transformar en conocimiento científico las cualidades medicinales atribuidas a las plantas, no ha ocurrido así con la Climatología y los refranes referidos a ella, al menos hasta donde yo sé. Claro que “cielo empedrado, suelo mojado” es de comprensión sencilla, pues los frentes lluviosos vienen precedidos por nubes, altas y según vemos, pequeñas y muy juntas. Por otra parte, “cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo” lo comprendemos sabiendo que el grajo es un ave insectívora, que caza sus presas al vuelo y a bajas temperaturas son los insectos los que vuelan a ras del suelo. “Año de nieves, año de bienes”, nos promete la presencia de agua en verano, debida al deshielo.


Hay un refrán que me gusta mucho, “Hombre refranero, hombre majadero” y es el objeto de este escrito. Lo voy a comentar con algo de detalle, pues siempre me ha dado qué pensar. Cuando yo digo algún refrán, nunca falta alguna persona que me recuerde éste, siempre con afán de molestarme. Suelo contestarle, con mi mejor sonrisa, que sí, que “hombre refranero, hombre de majada”, como bien sabe quien me ha hecho el comentario. Por supuesto, no lo sabe, pues para él, o ella, lo de majadero sólo quiere decir imbécil o similar.


Lamentablemente, en nuestra lengua los términos relativos a oficios agrícolas pueden terminar siendo despectivos. Por ejemplo, las últimas ediciones del diccionario de la RAE atribuyen a “rústico” una serie de acepciones relativas al campo y su ambiente, pero en ediciones anteriores también incluía “rudo, tosco, grosero”. Tras reiteradas quejas, se retiró esta acepción. En “Fortunata y Jacinta”, Galdós utiliza el adjetivo “hortera” para calificar al hacendado que no vive en la ciudad, sino en el campo, en sus huertas. Vemos que el significado de esta palabra ha cambiado en muy poco tiempo, adquiriendo un tono peyorativo.


Algo así pudo ocurrir con la palabra “Majadero”. Ya Quevedo la utiliza como menosprecio. Creo que deriva de “majada”, relativo a los pastores trashumantes que pasaban las noches durmiendo a la intemperie, en las majadas, y por eso majaderos. Para ellos era útil y necesario el poder saber el tiempo que haría en un futuro inmediato. Aquellos majaderos supieron relacionar muy bien las causas con los efectos y encerraron su saber en dichos cortos, generando unos conocimientos propios del oficio. Diré, con el refrán, que “cada maestrillo, tiene su librillo”.
Pero esta capacidad de aprender de la naturaleza, de comparar diversas causas con sus respectivas consecuencias, tal vez no siempre fue entendida y apreciada por los habitantes de las ciudades. En vez de querer aprender de ellos, se les menospreció. Más sencillo.

Siglos más tarde, Antonio Machado se quejaría de una manía muy nuestra de despreciar los que ignoramos.

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