Hoy paseo solo por la ciudad, sin compañía que me entretenga con sus prisas o sus preocupaciones, que me pueden resultar ajenas. Me vienen a la mente los versos de Zorrilla, el escritor que, pasado el tiempo, daría nombre a tantos institutos donde estudiamos. El mozo de los Tenorio era rico y, claro, "Escudos pintan escudos", todo se consigue con dinero, ahora y entonces. En el fondo, lo de siempre, la vanidad, la tremenda vanidad que comercia con supuestos honores.
Es casi una enfermedad el afán por poseer, sea como sea, aunque se llegue a amasar una fortuna que no se podrá disfrutar por falta de tiempo. Debe ser tremendo, para el ambicioso, ver que se le venera, que se le respeta, que puede comprar lo que quiera con ese dinero amasado… Ese enfermizo afán de aparentar...
EN PALACIO, TODO ESTABA PREPARADO PARA EL BLASÓN |
Paseo, ya lo he dicho antes, por las zonas monumentales de mi ciudad, entre casas nobles, casonas y palacios. Siempre fue símbolo de poderío el poseer una casa. León Felipe se lamentaba de no poseer nada, "ni tan solo una casa solariega y blasonada". Poseer una casa debió de ser algo grande. Hubo quienes vendieron tierras aldeanas para hacerse una casa en la ciudad, en la que quedase patente entre el vecindario su poderío rural.
CÓMO LUCIRIA UN BLASÓN ALLÁ ARRIBA |
MUCHO ESCUDO ESPERABAN PONER |
La máxima aspiración para una casa familiar, era que fuese blasonada, que hubiese la posibilidad de lucir un escudo en el que estuviesen contenidas glorias, títulos y logros familiares. Orlas y cuarteles lucirían los símbolos de la historia propia y, en el fondo, darían que hablar y que envidiar al vecindario. Lo de generar envidia tampoco era un bien desdeñable.
NO HUBIESE SIDO PEQUEÑO EL ESCUDO Y LA CORONA SOÑADA |
Cuando estas glorias son ganadas con honradez, vayan mis respetos. Y si las lucen quienes así pueden hacerlo y disfrutan haciéndolo, mas respetos míos añadidos. Pero, siempre hay un pero, paseando, que es lo que vengo haciendo, me encuentro con muchas casas y casonas cuyos propietarios soñaron con plantar en sus fachadas sus respectivos escudos, tal vez cuando los tuviesen o dispusiesen de los dineros que se necesitarían para pagar a los escultores. De momento, se dispusieron en las paredes los bloques de piedra necesarios para el escudo, así como otro superior y algo sobresaliente, para la corona, yelmo o lo que luciese el escudo, llegado el día de hacerlo.
EN BUEN SITIO, ESPERANDO |
Pero en estos casos que hoy comento, el ansiado día no llegó. Allí quedaron los sillares como exponentes de una vana esperanza frustrada por parte de unos propietarios que soñaron apabullar al vecindario y fueron ellos los apabullados, tal vez diana de risas y burlas por parte de quienes no perdonaban esos devaneos con una gloria que más bien quedaba en sueños de nuevos ricos.
Hay veces en las que siento una extraña sensación, benévola, hacia esos vecinos que querían más presencia en la ciudad. En otras ocasiones sonrío al ver esos bloques precursores de escudos pues, en el fondo, sus dueños fueron bastante ingenuos haciendo públicas sus pretensiones, dejando constancia de ellas y exponiéndose a las chanzas de quien quisiera hacerlas.
CASONA SEÑORIAL, LÁSTIMA NO TENER ESCUDO |
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