Desde siempre,
nuestra cultura receló de los seres monstruosos, aquellos cuyos cuerpos eran
mezclas definidas de los de otros. Las esfinges, las quimeras, las gorgonas o
las sirenas eran seres que, en la mitología griega, jugaron continuamente
papeles malvados: mentirosos, criminales, vengativos o traicioneros, siempre
estuvieron del lado de la falsedad y la traición.
Con estos planteamientos previos, no es raro que hoy, y de manera inconsciente, exista un manifiesto rechazo a los seres surgidos como consecuencia de mezclas de caracteres de otros, previos, que pudieron no ser malos ni perniciosos: la maldad estaba en la misma mezcla.
Con estos planteamientos previos, no es raro que hoy, y de manera inconsciente, exista un manifiesto rechazo a los seres surgidos como consecuencia de mezclas de caracteres de otros, previos, que pudieron no ser malos ni perniciosos: la maldad estaba en la misma mezcla.
Recordemos que
las sirenas, con la mitad del cuerpo en forma de pez y mitad superior como una
mujer hermosa, habitaban arrecifes y lugares marinos peligrosos y, mediante sus
cantos, atraían a los marineros para que acercasen a ellas sus embarcaciones,
haciéndolas naufragar. La esfinge, con cabeza y pechos de mujer, cuerpo de león
y alas, mataba a los que no podían resolver un enigma que les proponía, cuya
solución acertó Edipo. Quimera era una cabeza de cabra implantada en un cuerpo
de león y con cola de serpiente. Despedía fuego por la boca. No es preciso
seguir con este desagradable catálogo.
Durante la Edad
Media se siguió creyendo en seres monstruosos (niños con cabeza de perro o de
ave, nacidos de relaciones ilícitas entre mujeres y otros seres, animales o el
mismo demonio). En tales casos, los monstruos, al igual que sus madres, eran
condenados a muerte. Recientemente, y ya con medios actuales de creación y
transmisión de mitos, Frankenstein representa, una vez más en la historia de
nuestra cultura, ese ser fallido cruel y pernicioso que está hecho, no
obstante, de partes buenas de seres previamente existentes, también buenos de
por sí.
Vemos que en
todos estos casos, los seres que contribuyen a formar el monstruo son buenos.
Lo intrínsecamente malo es el monstruo mismo. Aparece entonces un
comportamiento anormal y dañino por parte del ser anormal, que solamente se
podrá resolver destruyéndolo.
A veces los temas
culturales son recurrentes. Van apareciendo a lo largo del tiempo, siempre con
visos de novedad. Ahora estamos en un momento en que los mercados se van
llenando de nuevos seres, consistentes en individuos de especies bien definidas
a los que se han introducido genes de especies afines para mejorarlos de
acuerdo con criterios preestablecidos y hacerlos, de este modo, más rentables
en términos de economía o de utilidad para el hombre. Estos seres, por ser
producidos luego de un paso de genes desde un ser donantes a otro receptor, se
denominan genéricamente "transgénicos" y es sobradamente conocida la
polémica que han originado.
Ha surgido el
recelo nuevamente. Parecía desaparecido, pero sólo estaba dormido en nuestro
subconsciente colectivo. Bastó que apareciesen los transgénicos para que, sin
saber siquiera que por nuestra parte era atávico su rechazo, muchos se echasen
a la calle protestanto contra ellos y sembrando entre muchos esa total desconfianza
que genera lo desconocido.
Dicen los
enemigos de los transgénicos que, al comerlos, comemos genes de otras especies.
Pero siempre ha sido así: ingerimos partes de seres que nos sirven de alimento,
sean animales o vegetales. Cuando ingerimos esos alimentos, tomamos también sus
genes. Luego, en la digestión, estos genes ajenos se descomponen en sus
unidades bioquímicas elementales (nucleótidos) y, como tales, son absorbidos a
nuestro medio interno donde comienzan un proceso de integración en nuestra propia
bioquímica. Le llamamos digestión, mediante la cual los componentes moleculares
presentes en los alimentos pasarán a ser componentes moleculares de quien los
ha ingerido. No tiene sentido habar de “comerse genes”.
De todas formas,
dentro del recelo a los transgénicos, encuentro que existen lagunas, serias
lagunas de información, en espera de respuesta. En primer lugar, un individuo
transgénico cualquiera, con un metabolismo perfectamente ajustado, se encuentra
con genes nuevos que determinan procesos bioquímicos nuevos en él. Debemos
pensar que su metabolismo se enriquece con la presencia activa de estos genes,
(para eso se ha manipulado genéticamente). Pero, ¿qué ocurre con los productos
de desecho generados a partir de esa novedad metabólica? Porque ésta es una
cuestión importante para nosotros y cuya respuesta aún no está claramente
definida.
En el metabolismo
celular, es muy importante el destino de los productos de desecho originados
del correcto funcionamiento bioquímico. Normalmente, ese destino es la
excreción que en animales termina en forma de orina o de sudor. No obstante,
hay ocasiones en que esos productos pueden ser depositados en órganos
concretos, como pueden ser los cuerpos grasos de insectos. En vegetales, los
productos destinados a la excreción suelen ser depositados o bien en órganos
especiales de almacenamiento (vacuolas), o bien en las paredes celulares. En
ambos casos, los productos de desecho, que pueden ser tóxicos, permanecen en
las mismas células, aunque de manera inocua para ellas.
Creo que no se
han realizado los estudios necesarios que garanticen, para cada caso concreto,
la ausencia de productos tóxicos de desecho en los transgénicos. Pues, por
cuanto he dicho, la manipulación genética ha podido producir un organismo nuevo,
intrínsecamente mejor que aquel del que básicamente procede, pero que puede
almacenar substancias tóxicas aparecidas como consecuencia de las alteraciones
metabólicas que se han generado en él. Estas substancias, perfectamente
aisladas y, por tanto, inocuas para el mismo transgénico que las ha generado,
pueden ser perjudiciales para cualquiera que lo utilice como fuente
alimenticia.
Hasta que no
aparezcan esos análisis, realizados por entidades de contrastada honorabilidad
en sus procedimientos, seguirá presente el recelo contra esa versión
actualizada de los antiguos monstruos. No sé si muchos de los productos
actualmente en el mercado constan de los necesarios avales sanitarios que
tranquilicen a sus consumidores.