Cada
primavera nos trae un revivir de la naturaleza. Miremos a donde miremos, si lo
hacemos con ojos sabios, nos encontraremos con la vida que parece rebrotar tras
el obligado período invernal.
Es
entonces cuando, tras la primera Luna Llena, celebramos la Pascua. Tradición
llena de recuerdos y símbolos, pero también proyecto pleno de ilusiones. Y lo
que digo a nivel general, de todos, es incluso más válido cuando nos metemos en
las interioridades de cada uno de nosotros.
Hay
quienes hablan de la Navidad
como una fecha triste porque viene cargada de evocaciones irrepetibles. Tal vez
sea cierto, pero creo que si esas evocaciones son capaces de sembrar la
tristeza en nuestro ánimo, es porque éste no está preparado para situar cada
cosa en el sitio que le corresponde. Ahora, en primavera, nos encontramos con
una celebración tal vez más extrovertida, la Semana Santa , pero no
por ello menos exenta de recuerdos y de tributos a la trayectoria vital de cada
uno.
Es
decir, no menos intimista y como siempre ocurre en estos casos, cada uno la
vivirá de acuerdo con su personal forma de interpretar y sentir estos momentos.
Porque detrás de un ritual mas o menos costumbrista como pueden ser las palmas
y los ramos, las comidas típicas, las procesiones o las reuniones familiares o
con amigos, volveremos a meternos en un trasfondo íntimo que nos llenará de
recuerdos.
En toda
esa sucesión de actos que van jalonando la Semana Santa , nos
será posible revivir las emociones, alegrías, tristezas y preocupaciones que
han configurado nuestro paso por la vida hasta el día de hoy. Y si al ver a los
niños con sus palmas o sus ramos recordaremos al niño que fuimos acompañados
por nuestros familiares camino de la iglesia en la mañana del Domingo de Ramos,
mas avanzada la Semana
Santa , cuando estemos en el Jueves Santo por ejemplo,
reviviendo una vez más sus tradiciones en la familia y en la ciudad, evocaremos
una vez más a tantos y tantos amigos y familiares que nos han acompañado en
nuestro pasar por esta vida, o que incluso le han dado sentido, y que por
múltiples razones esta vez no nos acompañan.
Todo
esto se fragua en un círculo formado por el entorno familiar y esos amigos de
siempre con quienes nos gusta compartir esos momentos que, en general, llamamos
vida. Pero en Semana Santa también tenemos el reclamo callejero. Las Cofradías
pasan por las calles, cada una con su itinerario, dejando tras de sí un sinfín
de emociones, de recuerdos tal vez olvidados pero aflorados al ver pasar a las
Advocaciones que marcan nuestro paso por la vida. ¡Cuantos años viendo pasar a
esta Virgen, a este nazareno…¡ Y sin embargo nunca nos los queremos perder
porque yo no sé muy bien si vamos a verlos o si, mas bien, vamos a vernos a
nosotros mismos en el mismo sitio y con el mismo motivo. Por una u otra causa,
buscamos el reencuentro.
Para mi
es el tiempo de las emociones descontroladas y permitidas, valga la
redundancia, pues si bien es cierto todo lo que podemos decir acerca del
comedimiento, sé desde muy adentro de mí mismo que en esos momentos de emoción
es cuando más sinceramente me siento más vinculado a los míos y también unido
en una comunidad de sentimientos y compartiendo sensaciones muy similares con
gente con quienes tal vez no tenga muchas mayores semejanzas. Pero si estamos
en la calle para ver pasar tal o cual Cofradía, si nos emocionamos ante ese
paso o al ver pasar esa Virgen, ya es mucho lo que nos une.
Me
gusta sentirme uno mas, es algo que siento profundamente en cualquier calleja,
en esta o en aquella plaza, mientras que con muchos otros espero la llegada de
este o de aquel paso. En medio de posibles apretujones, el olor a incienso, el
sonido de la música, las filas de nazarenos y, al final, el Cristo o la Virgen cada vez más
próximos crean en mi ánimo un sentimiento emotivo que es algo muy difícil de
transmitir, digamos muy personal. Pero muy hermoso.
Siempre
me encuentro conmigo mismo en cualquier momento inesperado, pero sé que
ocurrirá. Tal vez una vuelta emotiva de un paso, es posible que una anciana
mirando con ojos devotos a un Cristo, una marcha cargada de evocaciones, no lo
sé, pero puede ser cualquier cosa la que en esos días me provoque una profunda
mirada hacia mí mismo y me encuentre tal como creo ser, me guste o no me guste.
Es lo de siempre, que lo permanente, llegado de la mano de la Semana Santa , llega a
mi ánimo, para asentarse de nuevo y recordarme los sitios relativos de mis
afanes y preocupaciones cotidianas.
Por
eso, porque me gusta andar por mis adentros, entre otras cosas, cada año “bajo”
a Sevilla desde Santiago de Compostela. Desde 1973 (si, 1973) solo he faltado
dos veces, una de ellas por enfermedad de mi padre y en la otra ocasión, era mi
madre la que estaba enferma. Siempre voy con la misma ilusión, porque sé que
veré a familiares entrañables, estaré con amigos queridos y, fundamentalmente,
me daré un paseíllo por mi interior, a ver cómo van las cosas, las mías.
Volverme
a encontrar frente a cualquier Cofradía sevillana me da la sensación de un
haber llegado a casa difícil de explicar, pero muy cierto y muy sentido. Es la
segunda vez que hablo de sentimientos difíciles de explicar y ahora me pregunto
yo si acaso es necesario explicarlo todo. Y mucho más cuando estoy hablando a
amigos que, prácticamente, podrían decir lo mismo que yo, porque todos
compartimos sentimientos similares.
Publicado en PASSIO, pp 89-90, Junta Major Hermandades Semana Santa, Gandía, 2008
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