Este
artículo apareció en una revista gallega de opinión (Boletín Galicia Europa). Lo escribí en 1995, por
eso aparecen como futuras algunas cosas que ya pertenecen al pasado.
Actualmente
vivimos un tiempo en que la denominada “verdad científicamente comprobada” alcanza
el rango de dogma fundamental.
Con
frecuencia alguien hace una pregunta inocente: ¿para qué se estudia? La respuesta
es sencilla: Para saber aumentar nuestro conocimiento. La ronda de preguntas puede
seguir: ¿para qué queremos saber más? Podría responderse que para incrementar nuestra
calidad de vida, pues es claro que el disfrute del mundo está muy relacionado
por el conocimiento que podamos tener de él.
Por eso, en algunos casos es posible enjuiciar a una ciencia por su contribución al cuerpo general del conocimiento. Con frecuencia me pregunto por la contribución de la biología al conocimiento humano y, concretamente, por el de la genética. Tal vez su primer éxito científico aplicado a la sociedad fue el del maíz híbrido. Más tarde vinieron otros, de los que el consejo genético no fue el más pequeño. Ahora, con la ingeniería genética y el Proyecto Genoma Humano, no faltará quien diga que se abre una nueva era en la historia de la biología y de la humanidad. Puede que si, puede que no. La ingeniería genética es una técnica y, como todas ellas, su bondad dependerá del uso que se le de. Esa es la esencia del problema, qué se va a hacer con ella, quién se va a beneficiar de esa ingeniería y, también, qué axiomas se van a apuntalar con los conocimientos que aporte el Proyecto Genoma Humano.
Por eso, en algunos casos es posible enjuiciar a una ciencia por su contribución al cuerpo general del conocimiento. Con frecuencia me pregunto por la contribución de la biología al conocimiento humano y, concretamente, por el de la genética. Tal vez su primer éxito científico aplicado a la sociedad fue el del maíz híbrido. Más tarde vinieron otros, de los que el consejo genético no fue el más pequeño. Ahora, con la ingeniería genética y el Proyecto Genoma Humano, no faltará quien diga que se abre una nueva era en la historia de la biología y de la humanidad. Puede que si, puede que no. La ingeniería genética es una técnica y, como todas ellas, su bondad dependerá del uso que se le de. Esa es la esencia del problema, qué se va a hacer con ella, quién se va a beneficiar de esa ingeniería y, también, qué axiomas se van a apuntalar con los conocimientos que aporte el Proyecto Genoma Humano.
En la Europa actual, en las puertas
del siglo XXI, hay un gran replanteamiento de problemas antiguos a los que conviene
dar solución de una vez por todas. De no ser así, siempre tendremos un lastre
ideológico que será fuente de conflictos recurrentes. Pienso que es hora de dejar
resueltas algunas dudas, y mucho más ahora que apostamos por emprender una
historia común. En una Europa como la de hoy en día, no faltan quienes pretenden
replantear situaciones antiguas, pero con la novedad de aparecer científicamente
basadas en una perspectiva biológica. Atribuir a una idea una supuesta base
científica es transformarla en inamovible, lo cual no deja de ser totalmente
engañoso.
En estos
momentos, en los que la
Unión Europea aparece como una zona económicamente fuerte y
próspera, no son pocos los nativos de regiones pobres que tienen como meta esta
parte del mundo. Europa siempre fue un continente de fuerte inmigración, pero
hoy se cierran sus puertas de acogida en nombre de unas supuestas diferencias
raciales y no hay que citar casos, pero pensemos en los miles de africanos que
quieren llegar. Algo similar ocurre con los gitanos a quienes se cuestiona su
derecho a ser ciudadanos europeos, aunque lleven siglos aquí.
En estos tiempos
aparecen libros que canonizan las diferencias, se llega a matar a gente por ser
de fuera, se atacan refugios de inmigrantes, y hay partidos políticos con
tintes neonazis que ganan puestos de gobierno en elecciones democráticas. ¿Estamos
configurando la Europa
que queremos? En esta Europa de finales de siglo, cuando muchos grupos temen
perder privilegios detentados dende hace más o menos tiempo, parece que se
quiera volver, de manera sutil, a hacer valer las supuestas diferencias entre los
hombres como justificantes de renovadas discriminaciones.
A veces
ocurre que determinadas palabras tienen en biología un significado diferente al
que pueden tener entre la gente de la calle. Así, "evolución" tiene
un significado diferente para los biólogos que el que tiene en el mundo
tecnológico o industrial. Otro tanto pasa con "herencia", pues tanto
puede ser biológica como legal, cosas muy diferentes. Para un biólogo,
"diferencia" y "variabilidad" representan cosas diferentes a
lo que pueden representar para una persona ajena a la biología. La diferencia
existe entre grupos (especies) alejados, como serían un hombre y un erizo. Pero
dentro de un grupo biológicamente homogéneo, dentro de la humanidad por citar
un caso, existe variabilidad. La variabilidad de pigmentación, de agilidad
mental, de grupos sanguíneos o de estatura, caen dentro de la normalidad de cualquier
especie, incluso de la nuestra.
Una verdad
científicamente comprobada (ésta sí) es que a más variabilidad, mayor riqueza
biológica la esa especie que la posee. Pero no se puede hablar de formas mejores
o peores. Un ser vivo actúa en interacción con su ambiente. En un ambiente una
forma puede ser buena y en otro, perniciosa. No hay formas buenas ni malas en
modo absoluto, sino como algo relativo en cuanto a la adaptación al ambiente
por parte de sus portadores.
En estos tiempos
se oye de nuevo (pretendidamente con base científica) que las personas de
determinadas razas, o pertenecientes a sexos concretos, son inferiores a otras por
presentar características biológicas diferentes. Eso es falaz y, tal vez, puede
aportar una supuesta base científica a determinadas posturas, interesadas en
mantener las diferencias. Una cosa es ser más inteligente y otra, muy
diferente, disponer de más información. Cuando pretendidos científicos dicen
que los negros son menos inteligentes que los blancos, o las mujeres en relación
a los hombres, me gustaría que nos dijesen en qué basan tal afirmación, cuál fue
el tamaño de la muestra de personas estudiadas, cuál el tamaño de la de hombres
control con la que se comparó, cuántos años duró el estudio, si los grupos
comparados dispusieron del mismo ambiente cultural desde su nacimiento (cuando
digo ambiente cultural quiero decir, alimenticio, sanitario, educacional, etc.,
etc.) y cuáles los análisis estadísticos utilizado para trabajar con los datos.
En la mayoría de los casos falta todo eso y sobran conclusiones.
Por eso, no
faltan ocasiones en las que me preocupa pensar que, de aquí a poco, estaremos en
la Europa de la
moneda única y todo cuanto trae acarreado consigo la Europa del bienestar. Pero,
también, en una especie de paraíso para nosotros (blancos y europeos de nacimiento),
en el que puede ser posible que algunos quieran poner impedimentos a terceros
para entrar. Una especie de club de gente elegida en el que otros no tienen
entrada. A no ser que pasen, de tapadillo, por la puerta trasera. Tengo la
sensación de que debemos pensar muy en serio si es esa la Europa que queremos, pues aún
estamos a tiempo, y somos capaces, de configurarla como tiene que ser.
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