Con ciudades monumentales ocurre lo mismo que con algunas
personas singulares, que sobrecogen a quien se les acerca por primera vez.
Luego, es el roce el que va haciendo que sea llevadero el trato con esa
singularidad.
Grandiosa y entrañable parecerían dos calificativos que no podrían
coincidir si se quisiesen aplicar a algo o a alguien, aunque todos sabemos que
aquí, en Compostela, podemos utilizarlos sin miedo alguno para definir a esta
ciudad en la que transcurre nuestro paso por la vida.
Pero si bien creo conocer a la ciudad, si bien la quiero y cada
recodo suyo me evoca hechos de mi vida, si bien estoy acostumbrado a sus
dimensiones humanas, también es cierto que nunca me acostumbro a ella, como si
siempre estuviese sorprendiéndome en su grandiosidad. Aún hoy siento un cierto
respeto cuando tengo que enfrentarme a comentar parte de su ser, el mismo que
siento ahora cuando pretendo pronunciar el pregón de unas celebraciones que ya
están en puertas y de las que ustedes conocen más que yo. Por eso, y avisando
de la trampa, escaparé de las anécdotas, de los comentarios circunstanciales y
me detendré en lo intemporal, en lo que ocurre en el interior de cada uno de
nosotros al reclamo de unos estímulos externos.
Hecha esta salvedad, no tendré reparos en adentrarme en ese
aspecto del patrimonio nuestro que es la Semana Santa. Porque, para mí,
patrimonio son los monumentos, las calles, el entorno. También es patrimonio la
historia y todo cuanto ella abarca. Y patrimonio son las costumbres y los modos
y las maneras. Por eso, considero un bien patrimonial nuestro la manera de
mecer el botafumeiro, el modo de bailar el Coco y la Coca, los fuegos del Apóstol,
la Quema de la Fachada y, cómo no, la Semana Santa. Pero no un patrimonio
declarado de interés por algún organismo internacional, ni para el que haya que
pedir subvenciones con miras a su restauración, adecuación y conservación. No,
es más bien un patrimonio inmaterial que califica a nuestra ciudad y de cuyo mantenimiento
y conservación estamos encargados los mismos ciudadanos. Es ese conjunto de
ritos y costumbres que todos aprendimos una vez y que ahora transmitimos a
quienes vienen detrás para que, en su momento, ellos hagan otro tanto. Son unos
usos y modos ciudadanos que nos configuran como comunidad, de cuya conservación
todos somos responsables y de cuyo deterioro a todos nos pedirán cuentas.
Patrimonio nuestro y para los de dentro. Como en las antiguas
casas en las que, mientras existía un recibidor para las visitas, también había
una sala para los amigos y una salita para los de casa en las que transcurría
lo cotidiano, no por ello menos importante, en Santiago tenemos lugares y
fiestas para los invitados y otras, más íntimas, que son para nosotros. Casi
nadie foráneo sabe de ellas. El Obradoiro es para los de fuera, la Quintana
para nosotros. El Apóstol es una fiesta anunciada a los cuatro vientos, la
Ascensión es para los de casa. Del Año Santo se manda recado a donde no seamos
capaces de llegar, de la Semana Santa no se comenta. Y no por ningún tipo de
secreteo o de ocultismo, ni porque la consideremos como algo secundario. Nada más
lejos de la realidad. No se habla de ella, en todo caso se hace con
recogimiento, simplemente porque la queremos salvaguardar de esas visitas
tumultuarias a las que tan acostumbrados estamos cuando se trata de peregrinos
jubilosos. No, la Semana Santa la queremos nuestra, recogida, íntima, muy de
cada uno, para vivir en soledad o con la más entrañable compañía sin que los amigos
foráneos la vengan a compartir con nosotros tal vez porque temamos que pierda
su aspecto y cariz de intimidad.
Pero déjenme echar un poco la mirada atrás y hacer algo de
historia. Según tengo entendido, fue San Francisco de Asís quien, allá por los
albores del siglo XIII, construyó el primer Nacimiento en una Navidad. Eran épocas
en que se configuraba un nuevo modelo social, los monasterios habían dejado
paso a los conventos, los monjes a los frailes y éstos se echaran a los caminos
a predicar a gentes sencillas pero deseosas de verdades trascendentes. Los
romeros iban a Roma, los palmeros a Jerusalén y los Peregrinos venían a
Compostela. Los caminos eran ríos humanos de gente que iba y venía sin mayores
conocimientos pero con grandes afanes. A éstos había que evangelizar, era
preciso inculcarles las verdades de la fe. Los frailes incorporaron las artes
plásticas como auxiliares de sus labores de catequesis. Y mientras los
dominicos erigieron en sus iglesias los grandes retablos en los que, como en
carteles de ciego, se relatan episodios de las vidas de Santos o del Señor,
quiero creer que los franciscanos tuvieron la idea de representar mediante
grupos escultóricos algunos episodios de la vida de Jesucristo. Llamaron
"misterios" a esos grupos, y todavía hoy, en Navidad llamamos
"misterio" al grupo de figuras que representa el portal de Belén y en
Semana Santa un paso de "misterio" es aquel que, mediante más de una
figura, representa algún aspecto de la Pasión del Señor.
He observado que, en todas las localidades que conozco, las
cofradías más antiguas tienen sus sedes en conventos de Franciscanos o en antiguas
sedes suyas y esto es válido, por citar algunos casos, tanto en Viveiro,
Santiago, Lugo, Córdoba o Sevilla cuya cofradía más antigua, la del Silencio,
tiene como escudo precisamente el de la Orden Franciscana.
Luego Europa se partió en dos a causa de diferentes maneras de
entender la religión y ya nada fue igual. Hubo guerras de religión, los
peregrinos dejaron de venir a nuestra catedral y en toda la cristiandad un
Concilio, el de Trento, recondujo las creencias y se hizo intérprete de todo
cuanto era preciso interpretar. As¡ nació todo ese movimiento religioso que
conocemos con el nombre de Contrarreforma. Era necesario, por otra parte, que las
gentes conociesen las verdades de la fe, y más aquellas dañadas por la herejía.
De ah¡ surgieron muchos aspectos de nuestra cultura, como podrían ser las
procesiones de Corpus, los villancicos navideños y, como es el caso que nos
tiene aquí congregados, las celebraciones de la Semana Santa. Por eso muchas de
las cofradías de penitencia que existen por toda nuestra geografía nacen en los
siglos XVI y XVII, por eso los grandes imagineros y los grandes pintores de esa
época tratan temas religiosos y también debido a la misma causa tenemos los
autos sacramentales, todo un género literario de nuestro Siglo de Oro, que no
hacen más que dar vueltas alrededor de eternas preguntas que se hace el hombre
y que trascienden lo cotidiano. En pintura y escultura se pactan formas de
representar a los personajes de un misterio: los buenos están adornados por la
belleza mientras que los malos siempre son feos. Todo ello amparado por un espíritu
concreto y expresado mediante un estilo artístico que hizo suya la exageración,
la riqueza y el realismo efectista: el barroco, un estilo del que podemos
hablar los compostelanos por ser, casi, de la familia. Barroca es la Virgen al
llorar, barrocos son los bordados de su manto, la forma de enjoyarse una
enlutada o la sangre que corre por la frente de su Hijo. Barroca en sí es la
misma celebración callejera de la Semana Santa, y ah¡ la tenemos y aquí estamos
como muestra de que es algo que sigue vivo.
En aquella ‚poca de Contrarreforma, y mientras en la Catedral
seguían las celebraciones en honor del Apóstol si bien con menos peregrinos
europeos, me gusta imaginar que en las parroquias hubo deseos, incluso puede
ser que apareciese la necesidad, de hacer profesión de fe mediante
celebraciones concretas y propias de ellas mismas. Fue entonces cuando las
cofradías se fueron configurando tal como las conocemos hoy. Y sin embargo, yo
no quedo tranquilo si digo "tal como las conocemos hoy" y no matizo
nada más. Me gustaría saber qué pensaban, cuáles eran las preocupaciones de los
menos de siete mil habitantes que tenía Santiago en el siglo XVII, cuando se
fundó la Cofradía de la Soledad, o las de los ocho mil y pico compostelanos del
siglo XVI, cuando de San Francisco comenzó a salir la cofradía de la Vera Cruz.
Nuestra Semana Santa no es catedralicia, más bien es algo nacido
fundamentalmente en las comunidades parroquiales y conventuales. Frente al
esplendor de las manifestaciones organizadas alrededor del Apóstol, ante esas
grandiosas liturgias cuyo reclamo se expande por el mundo entero, las
parroquias y conventos supieron organizar actividades de dimensiones más
cotidianas, más a la escala del tamaño de la población, pero con un gran
sentido de dignidad. Aquí estamos, parecen decir, ni enfrentadas ni queriendo
insinuar comparaciones. Cada uno en su sitio derrochando buen hacer y
dignidad... Es lo de siempre en las historias urbanas, el centro y la
periferia. El centro creyéndoselo desde el principio y la periferia, destino de
emigrantes, que llama a la puerta de la historia ciudadana aportando la savia
nueva que significan los aluviones culturales humanos aportados por ellos.
Desde San Miguel dos Agros, desde San Bieito do Campo, desde San Agustín o
desde San Francisco, o sea, desde las afueras de antaño, vuelven los nazarenos
a las rúas con sus túnicas multicolores y dando guardia a sus titulares, para
decir en el centro que allí, en sus barrios de la periferia, también tienen sus
modos y maneras de sentir y venerar las verdades de todos. Para ello se vestirán
adecuadamente, llenarán sus pasos de flores y no escatimarán nada para mostrar
a propios y extraños que, puestos a ensalzar lo propio, nadie tiene que darles
lecciones de buen hacer.
Muy bien podría haber comenzado este pregón con un anuncio
gozoso que, correspondiendo a una festividad religiosa, incluso podría haber
sido pronunciado en latín: Nuntio vobis
gaudium magnum... Os anuncio una gran alegría, la Semana Santa está en
puertas... Yo no sé si comenzar este mío con ese anuncio de alegría o si
comenzar de otra manera. Porque para mí, la Semana Santa representa uno de esos
hitos anuales en los que hay que meterse de lleno para vivirlo del modo más
intenso posible, con la seguridad de que, siendo rica como lo es en aspectos y
facetas, cada uno encontrará en ella claves personales que le sirvan, que le
ayuden en su transcurrir por la vida. Hay citas a las que no podemos faltar a
no ser que exista un impedimento extraordinario. Siempre estaremos en el
Obradoiro la noche del 24 de julio pensando que un año m s en el mismo sitio.
También la noche del cinco de enero nos cogerá en la calle viendo la cabalgata
de Reyes y pensando que un año más. Y en el atardecer del viernes de Dolores
estaremos por las rúas para ver pasar a la Señora un año más. Siempre un año más
y siempre nosotros viendo transcurrir nuestra historia personal a los pies, o
junto, a los mismos hitos. Luego, a lo largo del año, cada uno por sus
derroteros, cada uno a sus afanes, cada uno con su brega personal a vivir esa
historia nuestra de cada día. Pero en determinadas ocasiones cada uno en su
sitio como acudiendo a una cita personal que hicimos con nosotros mismos.
Entonces, mientras suenan los cohetes, mientras arde la fachada o mientras
pasan los nazarenos y al fondo ya se ve a la Virgen y ya se siente la música,
evocaremos este año que ha pasado desde la última vez que estuvimos en el mismo
sitio.
Y as¡, estas celebraciones, en el fondo, son momentos de
reencuentro, ojalá que honrado, Dios quiera que enriquecedor, con nosotros
mismos. Por eso no son pocos los que reniegan de este tipo de actos, tal vez
porque se han metido o se han dejado ir hacia un vértigo de actuaciones sin
sentido y tienen miedo a ese encuentro consigo mismo, a ese íntimo mirarse cara
a cara sin necesidad siquiera de formularnos ningún tipo de pregunta porque las
conocemos de antemano, aunque no queramos darles respuestas, porque puede que
las temamos.
Nuestras vidas han sido comparadas con los ríos, pero yo diría
ahora que también lo pueden ser con vueltas de noria que vamos dando, siempre
rodeando los mismos temas, pero enriqueciéndonos en experiencias en cada una de
ellas. Nunca somos los de antes aunque estemos en el mismo lugar que el año
anterior esperando otra vez a la Santa Cena cuando dobla la esquina aquella de
la rúa para enfilar hacia la Conga. Allí estamos, todo parece igual, incluso,
lo pensamos y lo creemos, pero sabemos que no, que nada es repetible, que a lo
largo del año hemos hecho, hemos desecho, hemos aprovechado, hemos
desperdiciado, hemos vivido. Conviene recapacitarlo y estos son momentos
apropiados porque nosotros, perecederos y carentes de importancia, estamos
enmarcados por la trascendencia histórica y esto, en Compostela, lo sabemos muy
bien porque nos sabemos el Pórtico de la Gloria con los ojos cerrados.
Es el momento de aceptar lo relativo de nuestros problemas, la
nimiedad de nuestras preocupaciones y la intranscendencia de todo cuanto nos
parece importante. Es preciso para nosotros, nos conviene desde muchos puntos
de vista. Entre casas centenarias, celebrando unos hechos casi bimilenarios, no
vendrá mal que pensemos qué será dentro de un año de los problemas que hoy nos
preocupan. Tal vez la Semana Santa sea un buen momento para adentrarnos por los
senderos, siempre personales, de la reflexión en busca de posibles ajustes en m
s de un aspecto de nuestra conducta.
Las cofradías por las calles compostelanas desde el tiempo de la
contrarreforma... A veces, parece que queramos indicar inmovilismo al hablar de
costumbres que vienen de lejos y nada más lejos de lo cierto. Muchos de los
presentes hemos visto cómo nacieron un montón de costumbres y modos que hoy
consideramos completamente normales y que ya están enraizados en nuestras
costumbres. Las misas vespertinas, la matinal procesión del patronato o la
inclusión de los rayos láser en los fuegos del Apóstol podrían ser algunos
ejemplos de cómo lo duradero ha de saber acomodarse a los tiempos. Hay que
buscar la esencia de las costumbres para custodiarla sabiendo transcender todo
cuanto es accesorio. Lo esencial de la Semana Santa es que, en determinados días,
las cofradías salen y discurren por las calles compostelanas como un acto de fe
de sus cofrades. El resto es accesorio, el resto es modificable, el resto es lo
que, a veces, conviene cambiar y adaptar a los tiempos para que lo esencial
permanezca.
De este modo, cada época va teniendo sus protagonistas que hacen
y acomodan. Sus responsables que, sin más bagaje que la propia intuición, lo
que han visto hacer y su deseo de eficacia, reciben, administran y transmiten
en su momento. Transmiten después de acomodar lo acomodable y de no tocar lo
intocable. Las sucesivas Juntas de Cofradías dictarán normas, interpretarán
sentimientos, indicarán cambios que serán o no serán tenidos en cuenta, pero
que tendrán la cualidad de hacer que todo se vaya adecuando a las novedades,
que todo siga estando acorde con los tiempos de cada tiempo. La gente también
dirá lo que le gusta y lo que no, lo que sobra y lo que añora, también desde
fuera de las cofradías surgirán comentarios que convendrá tener en cuenta, y
as¡ la Semana Santa seguirá siendo algo vivo, algo que un día concreto se echa
a la calle para seguir diciendo que, desde hace siglos y siglos, aquí estamos
un año más.
Un año m s. Para mí es una frase que repito muchas veces en esas
citas que cada uno tiene consigo mismo al amparo, o al abrigo, de celebraciones
anuales, un año más con las doce uvas, un año más en las cacharelas de San
Juan, un año más en la Virgen de Acá de Córdoba, un año más en el Domingo das
Mozas en el San Froilán lucense, un año más en la apertura de curso académico,
un año más con mi Cofradía Servita sevillana. Pero siempre es lo mismo, un año
más agradeciéndole a la vida que siga contando conmigo y dándome la oportunidad
de ser consciente del tremendo regalo que es vivir.
Porque, al amparo de estos días, volveré‚ a pensar y a
preguntarme si la Semana Santa es un canto a la vida o a la muerte. No faltan
quienes hablan de imágenes tétricas, de que sobra sangre en muchos Cristos, de
que ya está bien de tantas cadenas y flagelaciones... Yo, sin embargo, pienso
que es una celebración que tiene lugar en primavera, cuando la naturaleza
renace y cuando las primeras flores se van a los pies de nuestros Cristos y de
nuestras Vírgenes. Y pienso, también, que todo viene a estar trucado, porque,
en el fondo, sabemos que en la noche del sábado el Señor resucitará y se
formulará la gran pregunta: Ubi est,
morte, victoriam tuam? ¨Dónde está, muerte, tu victoria? Para mí es una
celebración de la vida, del esplendor de la vida que brota por los cuatro
costados del mundo, incluso desde nuestro interior. Al día siguiente, Domingo
de Pascua, y después de una Semana intensa nos iremos de fiesta a Padrón porque
la vida, por suerte, sigue y estamos subidos a su carro. Pero antes de las celebraciones
pascuales, hemos de ver al Nazareno casi caído, ayudado por el Cirineo y
mirando hacia los lados, como buscando a alguien, mientras avanza por la
Algalia o atraviesa la Plaza de san Roque. Antes, las mujeres compostelanas,
pensando en esa madre que ha perdido a su Hijo ese mismo Viernes por la mañana,
habrán acompañado a la Virgen de la Soledad en su primera noche sin El. Antes
del Domingo triunfal, del día en que se cumplirá todo cuanto estaba escrito, es
preciso que transcurran esos otros días de dolor en los que, también, se tienen
que cumplir las escrituras.
Fiesta de la muerte, fiesta de la vida, fiesta religiosa, fiesta
familiar, fiesta íntima... Cuántas cosas nos pueden traer estos días. Porque
todo eso, y más, puede representar para nosotros la Semana Santa. También, cómo
no, momento para el recuerdo. Recuerdo de quienes estuvieron y no están,
recuerdo para quienes querían tanto a la virgen de la Quinta Angustia y ya no
la volverán a ver, recuerdo de quienes no podían faltar en la salida, o en la
entrada, del Flagelado y ya nunca los encontraremos allí. Recuerdo, en suma de
quienes vivieron y ya sólo habitan en nuestros recuerdos. Sí, también momentos
para volverlos a traer al primer plano de nuestros afectos y de irnos
acostumbrando a sus ausencias, que todos estos lastres tenemos que tener.
Y cuando en cualquier momento, no sabemos aún cuándo, no sabemos
aún dónde ni sabemos aún al reclamo de qué, se nos abra el corazón y la emoción
nos apriete la garganta, seamos generosos con nosotros mismos, dejemos que lo más
íntimo sea protagonista de nuestros sentimientos durante el tiempo que sea,
porque también para eso estamos aquí, para vivir de mil maneras, incluso para
no poder ver porque las lágrimas nos han empañado los ojos, para no poder hablar
porque la garganta se acongoja, y casi ni podamos sentir pues los sentimientos
se entorpecen unos a otros por salir todos a la vez. Porque esto ocurrirá, que
en estos días, en cualquier sitio, por cualquier motivo nos encontraremos con
nosotros mismos. Ojalá nos sea provechoso ese encuentro que todos sabemos que
estamos necesitando.
Y todo irá llegando poco
a poco, como sin avisar aunque a gritos, que conocemos muy bien las pautas.
Cuando no esté nublado, comprobaremos que los días han crecido mucho. Más
tarde, por Calderería, Huérfanas o el Toral aparecerán palmas en los
escaparates o en los portales de las tiendas y veremos que en la prensa se
anuncia un acto penitencial. Luego todo sucede sin tregua. La fiesta en San Lázaro
viene seguida del Viernes de Dolores y ya estamos. Y eso que ahora no se tapan
las imágenes de los Santos como se hacía antaño. Es lo mismo, aunque estaba muy
anunciado, casi sin pensarlo estamos en el Domingo de Ramos. Y el rito se
desencadena si no está desencadenado. Una vez metidos en ella, la Semana irá
pasando sin darnos cuenta, pues los afanes cotidianos han de complementarse con
estos otros, pero viviremos un año más esta Semana que desde hace milenios es
el centro de nuestro ciclo anual. Antes, desde Moisés, prefigurando lo que
ocurriría. Ahora, después de Cristo, evocando lo que ocurrió.
Y la viviremos recordando nuestras diferentes edades, pues si
bien durante la infancia nos hizo ilusión nuestro ramo, o nuestra palma, y nos
apeteció salir vestido de romano, luego fueron otras las cosas que nos
atrajeron, otros los detalles que nos llamaron la atención, pero siempre al
final de la semana, fuese como fuese la manera en que la habíamos vivido, nos
encontramos con la noticia ante la que sigue siendo preciso tomar una actitud
personal. Al amanecer el domingo, el ángel anuncia a Mar¡a Magdalena, y a
nosotros de modo intemporal, que el Señor resucitó, "non est hic, sed surrexit..." Ya el anciano Simeón había
profetizado al tener al niño en brazos que "Ecce positus est hic in ruinam, et in resurrectionem multorum in
Israel: et in signum, cui contradicetur" Ayer como hoy, Jesús sigue
siendo signo de contradicción y piedra angular de muchas posturas. ¨Resucitó?
¨No resucitó? Ante estas preguntas, la ciencia no puede decir nada y nos
metemos en el terreno de lo inefable. Que cada uno conteste honradamente a
estas cuestiones y, luego, que adecúe sus actuaciones a la repuesta que llegue
a dar.
Hemos empezado la semana como con cosas de niños, evocando
nuestra infancia, y la terminamos buscando nuestra respuesta personal a una
pregunta propia de la madurez, la nuestra.
+ + +
Mañana, Domingo de Ramos, espero estar a estas horas en Sevilla.
A eso de la medianoche me acercaré‚ a la Capilla donde tiene su sede mi
Hermandad Servita y esperaré la visita de otra Hermandad querida, la de la
Virgen de la Hiniesta. Cuando pase por nuestra puerta, la Virgen nos saludará y
allí procuraremos estar todos los Servitas a recibirla. Siempre es algo muy
emotivo.
Pero tengan muy claro que en Sevilla y en cualquier momento, yo
estaré orgulloso, muy orgulloso, de haber sido este año el pregonero de la
Semana Santa de Santiago de Compostela. Sí, muy orgulloso y muy agradecido a la
Junta de Cofradías por haberme invitado a hacerlo, pues para mí, que quiero a
la Semana Santa y que creo conocerla, siquiera de modo superficial, el poder
pronunciar su pregón en la ciudad en que habito es algo que, sin merecerlo, ha
sido de lo más hermoso que me ha tocado vivir.
Señoras y Señores, Muchas gracias.
Santiago de Compostela, 4 de abril de 1998
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