En
la medida de que la ciencia pretende dar respuestas a interrogantes planteados
relativos al entorno, su avance va a depender del hallazgo de dichas respuestas. Pero, para que la ciencia progrese, conviene que las preguntas sean
pertinentes y estén formuladas desde una óptica científica correcta, pues
preguntas equivocadas solamente producirán respuestas también erróneas.
En
la historia del saber existen momentos importantes, que son aquellos en los
que el ambiente científico está pleno de personas que reflexionan con el rigor pertinente. Normalmente,
los hechos que desencadenarán el progreso de la ciencia están ante todos, pero
solamente unos pocos, de mentes avispadas, son capaces de captar lo que hay de
desacostumbrado en ellos y de considerar estimulante dedicarse a su estudio
para, después, poderlos explicar. Las preguntas que plantean, esos hechos
son los que propician la búsqueda de las respuestas que hacen que la ciencia
avance. A veces, preguntas y respuestas aparecen casi a la vez. En
otras ocasiones, han de transcurrir cientos de años antes de ser encontradas.
Ese fue el caso que voy a contar a continuación.
No sé, ni poseo datos, que me indiquen la certeza de todo cuanto voy a decir, pero voy a relatar esto como yo creo que bien pudo haber ocurrido. Digamos que esta interpretación mía es consecuencia de dejar vagar la imaginación en una tarde de otoño.
Vayamos a los siglos XIV y XV, una época de grandes cambios de todo tipo: sociales, culturales, religiosos, etc. El poder de los señores feudales no era lo que había sido, y aparecían los burgos como manifestación de la nueva estructura social. El arte románico era un recuerdo y se utilizaba el gótico. Europa renacía después de una epidemia de peste que diezmara su población. En los hombres de este tiempo surgieron hondas dudas en relación a Dios. Estas dudas, con el paso del tiempo, tomarían cuerpo en el protestantismo. En medio de esta transformación social, no faltaron nuevos conceptos con los que enjuiciar a las personas y sus comportamientos, como podemos ver al tener en cuenta los sobrenombres dados a los reyes: "El Bueno", "El Sabio", "El Magnánimo" y otros semejantes, diferentes a los aplicados en tiempos
anteriores: "El Fuerte", "El
Bravo" o "El Velloso".
Vayamos a los siglos XIV y XV, una época de grandes cambios de todo tipo: sociales, culturales, religiosos, etc. El poder de los señores feudales no era lo que había sido, y aparecían los burgos como manifestación de la nueva estructura social. El arte románico era un recuerdo y se utilizaba el gótico. Europa renacía después de una epidemia de peste que diezmara su población. En los hombres de este tiempo surgieron hondas dudas en relación a Dios. Estas dudas, con el paso del tiempo, tomarían cuerpo en el protestantismo. En medio de esta transformación social, no faltaron nuevos conceptos con los que enjuiciar a las personas y sus comportamientos, como podemos ver al tener en cuenta los sobrenombres dados a los reyes: "El Bueno", "El Sabio", "El Magnánimo" y otros semejantes, diferentes a los aplicados en tiempos
EL DONCEL LEE |
Otro
tanto podemos detectar en la escultura funeraria, como comprobamos en una
visita que podamos hacer a la iglesia de San Francisco, en Betanzos. En ella, y
junto al sepulcro de Fernán Pérez de Andrade, "O boo", Conde de Andrade,
ataviado con armadura recia y poderosa, vemos en sepulcros de tiempos posteriores
cómo están representadas personas con ropas de gala, más propias de una vida
palaciega y cortesana. El máximo de la escultura funeraria de este tiempo está
en Sigüenza, donde un hombre en la flor de su vida, conocido como el Doncel de
Sigüenza, está representado en actitud de reposo, leyendo un libro, lejos de
las preocupaciones de los campos de batalla.
También a través de la pintura podemos ver cómo cambia el vestuario, usando colores nuevos y otros tipos de ropas que hacen que las personas aparezcan más esbeltas. En los frescos de Piero della Francesca, por citar un caso, es posible comprobar esto, pero también en otros pintores contemporáneos suyos.
Gracias
a los viajes de Marco Polo se abrieron nuevas rutas y se conocieron
nuevas mercancías para el comercio (y la jardinería). En ferias y mercados se
ofrecían sedas, especias y otros productos exóticos que, por sí mismos,
constituirían signos de singularidad para quien los usase. Por todas partes
tomaba cuerpo un nuevo concepto de calidad de vida en el que la belleza, no iba
a ser menos, era definida de modo acorde con el ideario del momento histórico.
EL MARQUÉS CORTESANO, REZA Y ESCRIBE |
Quiero
creer que la gente de aquella época, en la que tanto se veneraba la belleza, pudiese
estar envidiosa de quien mostrase tener salud o, incluso, estar defendido (hoy
diríamos inmune) ante enfermedades concretas. Tal vez esto fuese lo que pudo sentir el Marqués de Santillana (1398-1458) antes de escribir:
Moza
tan fermosa
non
vi en la frontera,
como
la vaquera
de
la Finojosa ...
Por
lo que sé, el Marqués era un noble muy de su tiempo, acostumbrado a
las ventajas que puede proporcionar un cierto estilo de vida acomodado. Es
posible que, en secreto, también tuviese miedo a viruela y otras
enfermedades propias de la época. Quiero pensar que la hermosura que tanto
asombrara al Marqués no era otra cosa más que la ausencia de viruela en la
vaquera que, por tanto, tendría un rostro terso, hermoso y con el color propio
de la gente joven que trabaja en la montaña. En aquel tiempo, la capacidad de
resistencia al mal sería un bien inestimable atribuido al uso de hechizos y
ensalmos apropiados. Por eso, se pensaba que tal estado era más asequible a
personas con un cierto tipo de poder adquisitivo y no a la gente común.
Siempre
me extrañó el hecho de que el Marqués no creyese que la moza fuese vaquera, tal
vez por considerarlo un trabajo inapropiado para una muchacha tan hermosa. O
por considerar que su oficio debería estar reñido con la salud que mostraba. Como
si, para él, una cosa estuviese reñida con la otra.
la
vi tan graciosa
que
apenas creyera
que
fuese vaquera
de
la Finojosa.
Nunca
creería el Marqués que el trabajo de la moza era el causante de que no
padeciese la viruela, pero supongo que en la Finojosa (hoy, Hinojosa del
Duque), escucharía más de un comentario sobre la ausencia de viruela en quienes
desarrollaban tales actividades. De la causa de tal relación, no se sabía nada.
Tendrían que transcurrir muchos años antes de que se encontrase. Tal vez al
Marqués le costaba admitir cuanto le decían, y no deja de ser curioso que por
mucho que se lo diga la muchacha, el poeta cortesano no salga de su opinión:
Juro
por Santana
que
no sois villana.
El
Marqués de Santillana deja planteada una pregunta que, posiblemente, estaba en lo
pensamiento de mucha gente contemporánea suya: Cuál era la causa de que unas
personas, con un trabajo concreto, no padeciesen una enfermedad también
concreta. Hoy sabemos que esta relación tiene una base explicable por la
ciencia. Gracias al poema, sabemos que en ese tiempo la pregunta, como primer
proceso del avance científico, ya estaba planteada y bien planteada: Comprobada
la resistencia de unos trabajadores a una enfermedad, mortal en la mayoría de
las veces, cuál era la causa de esa resistencia. Si estos trabajadores no
tenían mayor acceso al uso de brujerías, la resistencia debía tener base
natural.
GENERAN INMUNIDAD |
El
resto de la historia no lo voy a contar, es conocido y terminó con el
descubrimiento de la vacuna correspondiente por parte de Edward Jenner, un científico
con quien la Humanidad está en deuda. Por cierto, como el suero se extraía de
las vacas, al suero se le llamó “vacuna”.
El
proceso científico siempre ha sido así, la formulación de preguntas apropiadas
y la búsqueda de sus respuestas. Sabemos que Newton buscando respuestas a la
caída de la manzana, descubrió la gravitación universal, Mendel estudiando la
transmisión de caracteres simples descubrió las leyes de la herencia, y Fleming
mediante procesos similares descubrió los antibióticos.
Hoy,
con nuevas técnicas y de mayores capacidades de análisis, se buscan respuestas a preguntas, digamos, de
siempre. No creo que se lleguen a descifrar por completo, pues nuevas
respuestas casi siempre plantean nuevas preguntas. Es un modo de avance de la ciencia.
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