Siempre
he considerado que el olvido es una de las mayores formas de marginación, si no
la mayor. Mientras se hable de algo, aunque sea mal, ese algo está presente en
el pensamiento de la gente. Lo malo es cuando ni se habla de eso, pues pronto
cae en el olvido. Y de ahí al menosprecio hay un camino fácil, pero de difícil
retorno. ¿Porqué digo esto? Porque dentro del mundo de muchos poderosos, ocurre
que nunca se olvidan de lo que consideran importante. Si han olvidado algo, es
por no serlo. Olvido justificado.
Me
apenan muchas cosas actuales relativas al mundo de los seres vivos. Una de
ellas es la capacidad de dogmatizar sobre temas que se desconocen. Lo observé con
motivo del 150 aniversario de la publicación de El origen de las especies, de Darwin. Muchos hablaban del libro,
pero me di cuenta de que pocos lo habían leído. Al menos, en este caso, nadie
menospreció ni al libro ni su contenido. Hoy se dogmatiza sobre medicina,
ecología, genética, lo que sea. Todos son doctores en el tema de que se trate.
Como buena tropa de ignorantes, nadie pregunta nada a quien le podría responder.
A
propósito de esto, recuerdo cuando en nuestro país aparecieron las primeras
posturas ecologistas. Al principio, se tomó a sus defensores como unos chicos
simpáticos, que decían cosas igualmente ingeniosas. Cuando las reivindicaciones
subieron de tono, aquellos que antes les habían tomado como algo agradable,
pasaron a compararlos a las sandías: “verdes por fuera, rojos por dentro”. En
aquella época, llamar rojo a alguien era algo muy fuerte, pues cualquier rojo
era considerado “enemigo de España”. Así se plantearon las cosas, con la
incomprensión y la injuria. Tampoco es que las cosas hayan cambiado mucho desde
entonces.
Para
muchos mandamases de hoy, ser ecologista consiste en poner unas cuantas
jardineras en los rincones de las calles. De ese modo, nadie orinará allí. El
ecologismo es algo mucho más serio que, hay que aclararlo, poco tiene que ver
con la ecología.
La
ecología es ciencia, el ecologismo, actitud. Para mí es una forma de enjuiciar
el entorno con criterios que pretenden protegerlo y conservarlo. En la mayoría
de las ocasiones, son acertados. Creo que a veces esos criterios son
inamovibles, y tal vez estaría bien que estuviesen más adaptados a una realidad
cambiante.
Estamos
abocados a una globalización. Pero ésta llega a diferentes velocidades. Por
ejemplo, en temas relativos a Internet, la velocidad con que avanza es rápida.
En sanidad y educación, no tanto. Incluso se retrocede.
Hablando
de globalización, tenemos que hoy en día, en muchas partes del planeta, se
abren vías de comunicación roturando selvas importantes y necesarias para el
equilibrio biológico global. Ecológicamente, esas obras como otras muchas, son
un desastre a medio y largo plazo, pero pueden contribuir al progreso humano y
al incremento de la calidad de vida de muchos pueblos. La pregunta que yo me
hago es si la ciencia puede negar su ayuda a quienes más necesitan de ella.
Creo que no.
En
ese caso, convendría formular procedimientos que garantizasen un progreso que
fuera coherente con la conservación del planeta. Porque ambas cosas no son
contrapuestas, aunque la economía hace que muchas veces lo parezcan.
Las fotos de esta entrada son de mi amigo Guillermo Díaz Aira, a quien agradezco su disponibilidad. Corresponden a fotos hechas en la Serra do Caurel, Lugo.
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