Siempre
he considerado que el olvido es una de las mayores formas de marginación, si no
la mayor. Mientras se hable de algo, aunque sea mal, ese algo está presente en
el pensamiento de la gente. Lo malo es cuando ni se habla de eso, pues pronto
cae en el olvido. Y de ahí al menosprecio hay un camino fácil, pero de difícil
retorno. ¿Porqué digo esto? Porque dentro del mundo de muchos poderosos, ocurre
que nunca se olvidan de lo que consideran importante. Si han olvidado algo, es
por no serlo. Olvido justificado.


Para
muchos mandamases de hoy, ser ecologista consiste en poner unas cuantas
jardineras en los rincones de las calles. De ese modo, nadie orinará allí. El
ecologismo es algo mucho más serio que, hay que aclararlo, poco tiene que ver
con la ecología.
La
ecología es ciencia, el ecologismo, actitud. Para mí es una forma de enjuiciar
el entorno con criterios que pretenden protegerlo y conservarlo. En la mayoría
de las ocasiones, son acertados. Creo que a veces esos criterios son
inamovibles, y tal vez estaría bien que estuviesen más adaptados a una realidad
cambiante.

Hablando
de globalización, tenemos que hoy en día, en muchas partes del planeta, se
abren vías de comunicación roturando selvas importantes y necesarias para el
equilibrio biológico global. Ecológicamente, esas obras como otras muchas, son
un desastre a medio y largo plazo, pero pueden contribuir al progreso humano y
al incremento de la calidad de vida de muchos pueblos. La pregunta que yo me
hago es si la ciencia puede negar su ayuda a quienes más necesitan de ella.
Creo que no.
En
ese caso, convendría formular procedimientos que garantizasen un progreso que
fuera coherente con la conservación del planeta. Porque ambas cosas no son
contrapuestas, aunque la economía hace que muchas veces lo parezcan.
Las fotos de esta entrada son de mi amigo Guillermo Díaz Aira, a quien agradezco su disponibilidad. Corresponden a fotos hechas en la Serra do Caurel, Lugo.
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