El Paseante silencioso ha cumplido tres años en estos días. Con tal motivo, su amiga Carmen Pinedo le manda este regalo. Quiero compartirlo con todos los lectores del blog.
¿Quien es esta autora? Es Doctora en Historia del Arte y Licenciada en Historia Moderna. Amante de la pintura, me encantó desde un principio, cuando vi que en su blog utilizaba obras de Chagal. Su blog es un recreo cultural sobre diversos temas. El Paseante silencioso le agradece este trabajo hecho para él.
El ojo
Charles
Darwin le daba vueltas al ojo. Compleja cuestión, complejo ojo. Y entonces
escribió que parecía absurdo que tal complejidad pudiese ser el fruto de la
selección natural, y sin embargo… Sin
embargo: esta es la clave de un texto tan comentado, tan discutido y tan
malinterpretado. Sin embargo lo era, sin embargo lo es. No hace mucho, una
serie de avances importantes en el estudio de la evolución del ojo han dado
cuerpo a las palabras de Darwin: “La razón me dice que sí se puede demostrar
que existen muchas gradaciones, desde un ojo sencillo e imperfecto a un ojo
completo y perfecto, siendo cada grado útil al animal que lo posea, como ocurre
ciertamente”.
Nicolas Ledoux. Teatro de Besançon, 1784
No soy tan osada como para hablar de Darwin, del evolucionismo o de biología en ningún sitio ni mucho menos aquí, en esta casa cuyo anfitrión es experto. Así que hablaré del ojo. ¿Por qué del ojo? Porque, si os dais cuenta, siempre hablo de la mirada: una mirada que también evoluciona, se transforma, es adiestrada. Me refiero, a menudo, a ese momento crucial entre los siglos XVIII y XIX en el que se forjó una nueva forma de mirar que ha sido la nuestra hasta hace poco y que, en la actualidad, ya ha empezado a cambiar, ya casi podríamos decir que es otra.
Una mirada
que, en aquel pasado aún reciente para el pensamiento histórico, se expande y
se concentra, se acelera, aprende a descifrar nuevos estímulos y, del mismo
modo que se extiende hasta lo más grande y más remoto, se aplica a lo pequeño,
igualmente lejano aunque a la vez tan próximo. Por ejemplo, a través del
microscopio, esa “ventana que daba al mundo hasta entonces no visto”, como
escribe Aaron Scharf.
Joaquín
Sorolla, Retrato del doctor Simarro con
el microscopio, Universidad Complutense, Madrid, 1897
Poner la lógica de lo visible al servicio de lo invisible, se plantea Odilon Redon: un artista que no fue ajeno a lo infinitamente pequeño ni al mundo de la ciencia. Su amigo, el botánico Armand Clavaud, le hizo mirar por el microscopio y le orientó en sus lecturas científicas. El ojo, por cierto, es uno de los temas obsesivos en Redon.
Odilon
Redon, El ojo como globo grotesco se dirige hacia el infinito, 1882
En 1883, Redon publicó Los orígenes, una serie de litografías en la que el homenaje a Darwin se entrevera con la pródiga fantasía del artista. Los títulos alcanzan desmesuras como estas: El pólipo deforme vagaba por las riberas, cual suerte de cíclope sonriente y horrible; Hubo tal vez una visión primera ensayada en una flor; Y el hombre apareció, cuestionando el suelo del que sale y que lo atrae, y se abrió camino hacia claridades sombrías.
Es frecuente, en la obra de Redon, la irrupción de seres híbridos, de microorganismos, de extrañas criaturas marinas:
Mitos, literatura, flores, monstruos, una visión fantasmagórica de la ciencia. Y los ojos, siempre los ojos. Esos ojos que, cuando ya no podemos más, cerramos para poder mirar hacia dentro.
Carmen, el Paseante silencioso, se siente muy honrado con tu regalo de cumpleaños.
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