Este pregón lo pronuncié en Begonte, un pueblito próximo a Lugo. Era el año 2002, el del Prestige, de ahí vienen algunas alusiones a lo "negro" de Galicia en aquel tiempo. Aunque ya han pasado años, considero que es una de las cosas bonitas que he hecho y le tengo un especial cariño.
Desde entonces, no ha cambiado el concepto que tengo de la Navidad. Lo traigo aquí para desear felicidad en estos días a mis amigos.
BELÉN ELECTRÓNICO DE BEGONTE . PREGÓN DE INAUGURACIÓN
Un
pregón es un discurso elogioso en que se anuncia al público la celebración de
una festividad y se invita a participar en ella.
Me corresponde pronunciar el de Navidad con motivo de la
inauguración del Belén de Begonte. Para mí constituye una gran responsabilidad,
pues sé bien que hay muchas personas que lo harían mucho mejor que yo. También,
porqué no decirlo, es una gran ilusión y un honor que no creo merecer.
Pronunciaré el pregón de una Navidad que para muchos
paisanos nuestros, en especial los de la Galicia costera, viene sembrada de profunda
tristeza y preocupación debido a desastres que todos tenemos presentes. Me
dispongo a pronunciarlo comentando qué es para mí la Navidad , lejos del loco
consumismo al que nos quieren llevar y de esos aspectos sensibleros a los que
quieren reducirla. Para mí, la
Navidad es otra cosa y es lo que deseo presentar ahora ante
todos ustedes.
Pero, como siempre me gusta hacer, comentando la celebración
desde su inicio, aunque éste se pierda en la noche de los tiempos…
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Durante
el año se suceden diversas festividades que nos marcan el paso del tiempo. Los
historiadores de las religiones nos dicen que tales celebraciones vienen de
lejos, de muy lejos, de cuando fundamentalmente el hombre era agricultor y que
le relacionaban con la divinidad. Más tarde, el cristianismo asumió dichos
hitos y les dio nueva dimensión, pero en el subconsciente colectivo esas
fiestas siguieron teniendo unos significados que iban más allá de los propios
de la religión cristiana.
Hablo de fiestas que bien podemos relacionar con el ciclo
del sol y su influencia en la agricultura. Así, en el comienzo de cada
primavera, cuando los días ya son más largos que las noches, celebramos la Pascua , la plenitud de la
promesa divina y la
Resurrección de Aquel que se definió como la Luz.
Más tarde, y cuando las cosechas ya son algo más que
promesa, celebramos el Corpus Christi, la fiesta del pan y del vino convertidos
en Cuerpo y Sangre de Cristo, del alimento corporal transformado en espiritual.
Luego, cuando llegamos a la plenitud de los días y entramos en el verano,
celebramos el triunfo de la luz, del sol que está en su esplendor y de la vida
que revienta por todas partes. En esos días el triunfo del sol se recuerda
mediante las hogueras de San Juan. Las cosechas están granadas, la comida del
invierno asegurada y la alegría de vivir desborda en todos.
Conforme avance el verano, los días comenzarán a acortarse a
la vez que las noches se irán alargando. Parece como si las tinieblas venciesen
a la luz. En noviembre llegarán los días de recordar la santa compaña,
fantasmas, aparecidos, brujas, difuntos y demás hasta que, al comenzar el
invierno, el sol, la luz, que hasta entonces pareció ir a menos, volverá a renacer
haciendo que los días comiencen de nuevo a alargarse.
Antes de nuestra era, en este tiempo del renacer de la vida
se celebraba el nacimiento de Mitra, el dios de la luz. Fue una celebración muy
arraigada en el imperio romano. Cuando, en el siglo IV, la Iglesia Cristiana
quiso celebrar el nacimiento de Jesús lo hizo coincidir en la misma época,
tiendo en cuenta, además, que en el evangelio de San Juan muchas veces se le
equipara con la Luz
y Él mismo, en más de una ocasión, también lo hace. Celebramos, en el sentido
más amplio, el nacimiento de la luz. Pero también el anuncio del triunfo de la
luz sobre las tinieblas que, hasta entonces, estuvieron presentes de modo
amenazante en el horizonte espiritual humano.
Es la vida que hierve lo que celebramos. Es la seguridad del
bien y su promesa. La luz de nuevo venciendo a las tinieblas, al mal como
símbolo de Dios venciendo al demonio. Ésta es la razón de que sea entonces
cuando conmemoramos el nacimiento de Jesús como principio de la redención y del
cumplimiento de la promesa divina.
Fiesta de la vida. Es eso lo que nos reúne aprovechando el
nacimiento del Señor. Fiesta de la vida, de la luz, de la promesa, del futuro.
La promesa se hizo realidad, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Las promesas no eran vanas, la esperanza va a ser premiada. La luz iba a menos
pero a partir de ahora renace. A Jesús se le pondrá de nombre Enmanuel, Dios
con nosotros.
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Indudablemente
es ésta la alegría que impregna de modo subconsciente las celebraciones que tenemos
en puertas. Cristo nace y comienza el final de un largo período durante el cual
el hombre ha ido como peregrinando por un mundo obscuro (Jesús es la Luz que ha llegado), guiado
por símbolos y mensajes traídos de modo más o menos encubierto por los profetas.
Isaac representó a Jesús, a Abrahán se le dijo que su descendencia sería más
numerosa que las estrellas, Daniel predijo el momento en que llegaría el
Mesías, el maná cayó del cielo como alimento corporal representando el futuro
alimento espiritual de peregrinos atravesando el desierto. Pero todo eso
termina con este nacimiento y con él comienza la plenitud de los tiempos. Eso
es motivo suficiente para llenar de alegría los ánimos de los hombres de buena
voluntad, esos hombres a quienes, en esa noche, los ángeles felicitarán la
primera Navidad de la historia. Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a
los hombres de buena voluntad.
Pero junto a la celebración puramente religiosa, mezclándose
con su misma naturaleza, siempre ha permanecido latente la otra, la que basada
en una religiosidad inherente al ser humano, viene hasta nosotros desde los
tiempos oscuros en que nuestra civilización balbuceaba sus primeras
expresiones. Las celebraciones propias del nacimiento de la Luz se han mezclado de tal modo
con las cristianas, que hoy sería difícil discernir cuáles son de un tipo y
cuáles de otro. Sabemos que en civilizaciones remotas estas celebraciones
consistieron fundamentalmente en reuniones familiares, en concreto alrededor de
la mesa, donde comidas ricas en energía ayudaban a luchar contra los fíos
imperantes. La gente se intercambiaba regalos y la vida misma era celebraba. En
este sentido, niños y ancianos eran los seres mimados de los festejos
familiares: unos por tener la vida por delante y otros por casi haber
completado ese mismo ciclo. En algunos lugares del norte de Europa se veneraba
a los abetos y se les adornaba, como los seres vivos más longevos conocidos.
Más tarde, en algún momento de la historia, se hizo coincidir con este tiempo
el inicio del año.
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Ya
tenemos definidas las pautas de nuestra fiesta y de sus momentos claves. Nace
el Hijo de María, y en él celebramos a todos los niños. Comienza la época en
que las promesas se harán realidad, y con motivo de esa visión de futuro, celebramos
la continuidad de la vida. Navidad, fiesta del nacimiento de Cristo y fiesta de
la vida celebrada en el entorno más íntimo, en el familiar. Fiesta de la
familia. Por eso, a lo largo de la
Navidad , también se celebrará a la Sagrada Familia
como símbolo de las demás. Asistimos a la celebración de un conjunto de sucesos
que, refiriéndose a la infancia de Jesús, nos sirven de pauta para nuestra
misma vida. Pero cada uno lo hará a su manera.
Nos vamos acercando de modo inexorable a la Navidad , pues aunque no
queramos, o queriéndolo, las Navidades vienen y se van. Recordemos aquel
villancico "La
Nochebuena se viene, la nochebuena se va. Y nosotros nos
iremos y no volveremos más". Este es uno de los sentidos de la Navidad. Su perennidad
cíclica frente a nuestra transitoriedad. Hay cosas de siempre, la Navidad es una de ellas,
mantenidas por seres perecederos: nosotros. Y somos quienes ahora estamos aquí
los que celebraremos la
Navidad un año y otro y otro, hasta que venga una Navidad en
la que ya, definitivamente, no estaremos. Pero la Navidad seguirá viniendo y
comenzaremos a estar en los recuerdos, ojalá que de muchos y durante mucho
tiempo. No obstante aquí estamos, dispuestos a celebrarla de nuevo, como una
vez más de las muchas que se celebrarán hasta el final de los tiempos. En esta
ocasión nos corresponde ser los depositarios de una tradición que viene desde
quién sabe cuándo y que se proyecta hacia un futuro también muy remoto.
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La
vida sigue, sigue y sigue y celebramos que siga contando con nosotros. Porque
la vida es un regalo que se nos ha dado sin mérito alguno por nuestra parte.
Porque todos los beneficios verdaderos que disfrutamos nos han venido así, por
regalo: la vida es el mayor de ellos. Y eso celebramos, junto a los que vienen,
los niños y junto a quienes nos la transmitieron, los mayores. Entre esos
extremos estamos nosotros, que hemos recibido unos modos, que los ejercemos y
que los transmitimos. Tradición pura, así funciona y así es como conviene
entender muchas de las cosas que vamos a vivir dentro de unos días, o que
comenzamos a vivir hoy, aquí, en Begonte, cuando estamos inaugurando el Belén
correspondiente a este año.
Porque la
Navidad , como celebración antigua que es, está cargada de
tradiciones, muchas de las cuales vienen ni se sabe desde cuándo. Tradicional
el turrón, las doce uvas, el árbol, el belén. Hoy es un conjunto de costumbres
adoptadas a nivel mundial que configuran un modo universal de celebrar la Navidad. Pero cada
una de estas cosas tuvo su origen y fuimos nosotros quienes las aceptamos y
elevamos al rango de símbolos por tener un significado especial, como Noche de
Paz, o como el Belén de Begonte que se inició tímidamente hace treinta y un
años y hoy forma parte substancial de la Navidad de todos nosotros.
Cada cosa que hagamos en Navidad vendrá cargado de una doble
vertiente: lo hacemos para nosotros mismos y, también, para que a nuestro lado
vayan aprendiendo los niños, sin que nadie les tenga que decir nada. A veces
pensaremos en las muchas Navidades que hemos vivido y posiblemente las
recordaremos habiendo sido nosotros protagonistas diferentes de ellas, según
nuestras edades. Las más remotas en nuestros recuerdos las vemos a través de
los ojos del niño que fuimos, con unos hermanos también niños, temerosos ante la
visita de los reyes o ilusionados ante el nacimiento que para nosotros habían
hecho nuestros padres o nuestros hermanos mayores. Luego, con el tiempo, fuimos
nosotros los que hicimos los belenes y quienes adornamos las casas. Más tarde
hubo niños a nuestro lado que aprendieron de nosotros y, ahora, ya casi son
ellos los que hacen las cosas y a nosotros nos corresponde ayudar, opinar y
orientar. ¿Es la vida la que está pasando? ¿Acaso somos nosotros los que
pasamos a lo largo de estas celebraciones anuales? "La nochebuena se
viene… y nosotros nos iremos…" Es la vida que fluye y, mientras, nosotros
que la disfrutamos casi sin darnos cuenta del enorme beneficio que representa.
Tradiciones y tradiciones navideñas: villancicos cantados
con ritmos populares pero rebosando dogmas como aquel que dice que "San
Gabriel bajó del cielo para anunciar a María el misterio y la grandeza de ser
madre del Mesías", o con alusiones a la Eucaristía "y si
quieres tomar pan más blanco que la azucena, en el portal de Belén la Virgen es panadera".
Ángeles que tocan campanas "Belén, campanas de Belén que los ángeles
tocan…" Villancicos que nos definen muy bien, como aquel que habla de la
muertre a un Niño recién nacido "pastor, ¿dónde quieres ir? Voy a Belén
por si el Niño con Él me deja morir…" Villancicos que non llevan a
ambientes de las mil y una noches: "La Virgen se está peinando entre cortina y cortina,
los cabellos son de oro, los peines de plata de plata fina". Villancicos
que derrochan ternura con el Niño: "El Niño se duerme con dulce acunar.
Cantar pastores que se duerma el Angelito, cantar pastores a este Niño tan
bonito. Cantar pastores, pero fuera del portal, que está dormido y se puede
despertar…"
Ternura, también es cierto, con un Niño que, por muy Dios
que sea, ahora está encarnado en el ser más indefenso que pueda haber. Ese Niño
ha nacido indefenso y morirá quejándose a Dios del abandono en que se
encuentra. Entre uno y otro hito, pasará haciendo el bien, como dirá San Pedro
en su alocución a los gentiles el día de Pentecostés, y hablará de soledad y
solidaridad: "bienaventurados los pobres, los tristes, los que
lloran" "venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre, porque tuve
sed, porque estuve triste…" "cada vez que lo hicisteis con uno de
éstos, conmigo lo hicisteis".
Solidaridad o caridad, es bueno actualizarla en estos días,
cuando encontramos tantos necesitados a nuestro lado. Necesitados de nuestro
cariño, de nuestra ayuda, de nuestro dinero. Cuántos y cuántos que están
llamando a las puertas de esta prosperidad nuestra y muchos olvidando que no
hace mucho tiempo éramos nosotros quienes íbamos a los cuatro puntos del mundo
para conseguir lo que ahora ellos buscan en nuestro entorno.
Solidaridad con los nuestros, con los marineros gallegos que
han visto cómo en un instante se les vino abajo toda una historia hecha con
trabajo, ilusión y empeño. Una negra sombra, siempre cruel, les ha dejado
sumidos en la desesperanza y con una tremenda sensación de orfandad. También
ellos vivirán una Navidad diferente, ojalá que pronto dispongan de los medios
necesarios para que desastres como el que se ha vivido no pasen de ser meros
contratiempos.
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Y
después, cuando estemos tranquilos con nosotros mismos, con quienes nos quieren
y con aquellos a quienes queremos, vivamos con avidez estos días que son un
regalo más que nos hace la vida sin nosotros merecerlo. Vivamos la alegría de
volver a ver ese Niño indefenso colocado sobre pajas "le llevaré el
corazón que le sirva de pañales" hemos cantado más de una vez en un
villancico. Estemos más atentos que nunca con los nuestros y dejemos que la
alegría llene nuestros corazones mientras contemplamos a los que hoy estamos y
recordamos de modo entrañable a quienes estuvieron en otro tiempo y que no
volverán a estar.
Pues éstas son unas fiestas que, aunque siempre fueron las
mismas, constantemente nos obligan a replantear el modo de vivirlas. Porque
hubo años en que se iniciaron ausencias, y qué ausencias, y hubo también años
en que se estrenaron presencias. Faltó alguien, apareció alguien. Y siempre se
trató de personas importantes en la historia familiar, la nuestra. Con todos
ellos acerquémonos a lo más nuestro, lo más íntimo. Dejemos que aflore ese
montón de agradecimiento que debemos de sentir hacia quienes nos pusieron en
esta vida y con quienes hacen que nuestro transcurrir por este mundo sea más
sencillo. Con ellos celebramos estas fiestas del modo más íntimo posible, de
manera sencilla pero colmada de momentos que llenarán nuestros días de un
significado diferente. Charlaremos con los parientes que están lejos,
visitaremos a los amigos de siempre para pasar un rato sosegado con ellos y
compartir las alegrías y las penas, que de todo hay y, en algún momento,
desearemos estar solos para encontrarnos con nosotros mismos. Porque la Navidad también es un buen
momento para hacer balance personal. Termina el año y no viene mal mirar cómo
van nuestras cosas, las personales. Qué conviene mejorar, que hay que
modificar, qué cuestión es mejor dejarla zanjada.
Durante esos días, dejemos que vuelva a salir a la luz el
niño aquel que fuimos y que llevamos dentro como adormecido. Dejemos que se
asombre ante el belén, que se maraville ante el árbol o que se ilusione ante el
paquete que encierra un regalo. Vengamos a Begonte para encandilarnos con el
Belén más bonito que hayamos podido ver, ese Belén que ya forma parte de
nuestra Navidad, pues hemos venido tantas veces a verlo que ya no sabríamos qué
hacer si no fuese una referencia más en nuestra navidad.
Navidad del año 2002, ésta que está en puertas y a la que
nos vamos acercando casi sin notarlo. El espíritu de la Navidad ya casi ha
florecido en las calles, en las casas y en los corazones. Cada día encontramos
más detalles que nos van metiendo en ella y cuando menos lo pensemos estaremos
celebrando la
Nochebuena. La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va… Pero
es posible que ésta de 2002 siga siendo nuestra. Una Navidad más, ojalá que nos
llene de vivencias para recordar más tarde, ojalá que sea la Navidad más importante de
nuestra vida. Y ahora, a punto de terminar este pregón, quiero expresar mi
profundo agradecimiento a quienes me dieron la oportunidad de ser de los
primeros que les felicite la de este año:
Señoras y Señores, Feliz Navidad.
Felices Pascuas, amigos.
El presente Pregón de Navidad lo pronuncié en Begonte
(Lugo), el día 14 de diciembre de 2002, con motivo de la inauguración de su
Belén Electrónico
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