Conocí al lobo a través de Caperucita, la niña redicha
que contaba a todos lo que era propio de la intimidad familiar. Luego, me llegó
otra imagen del lobo al ver a San Froilán y conocer su historia. Según ésta, siendo
obispo caminaba por el monte con su burro y un lobo se lo comió (al burro). El
santo puso al lobo los aparejos del burro y desde entonces le sirvió con
docilidad. Nadie resolvió mi duda acerca de los tamaños relativos, pues para
compartir aparejos o el lobo debería ser muy grande o el burro, diminuto. Fue más tarde cuando me enteré de su encarnizada persecución.
En nuestra cultura popular, el lobo sufre de muy
mala prensa. Cuando digo “nuestra”, lamentablemente me refiero a la española. En
este año, 2016, alguna diputación provincial ha declarado libre de lobos a su
provincia, y en algunas autonomías se autorizan batidas contra los lobos con un
ciego afán de exterminarlos. Empeño en el que son secundados por gente que no
tiene inconveniente en degollar lobos y colgar sus cabezas en lugares
emblemáticos, como el puente de Cangas de Onís, o en cualquier otro lugar, como
trofeos de caza o exponente de una crueldad desmadrada y un espíritu sanguinario, que yo
creía erradicados de nuestro suelo.
BELLO, FIERO Y NOBLE |
Ignoro qué se pretende conseguir matando lobos, la
verdad. Si se piensa que así se protegen los ganados, quienes eso hacen
deberían enterarse, y quedar bien enterados para siempre, del desastroso camino que
emprenden con sus batidas. Al eliminar a esos carnívoros, dejan vía libre a los
jabalíes, que campan a sus anchas por sembrados, sin predador alguno que limite
sus poblaciones.
CABEZA DE LOBO, COBARDE TROFEO DE ESTOS DIAS |
Son muchas las voces, todas ellas ponderadas, que
claman ante estas batidas feroces y sin descanso contra el lobo, sin considerar
para nada los efectos negativos que tendría en nuestros montes su desaparición
a medio y corto plazo. Quienes quieren exterminar al lobo no consideran estos
efectos, ni los conocen ni los quieren conocer. Simplemente, los desprecian.
Desde la irrupción de nuestra especie en el mundo de
los seres vivos, hemos sido exterminadores. Creyéndonos propietarios del
planeta, hemos hecho en él lo que nos ha parecido bien, sin tener en cuenta sus
consecuencias biológicas. Hemos sido causantes de muchas extinciones por una u
otra causa. Pero estas extinciones se han incrementado notablemente en los
últimos ciento cincuenta años. Desconozco qué repercusiones tengan en un
futuro, pero la tendrán. También hemos incidido de modo negativo en la
superficie del planeta. Por citar un caso, diré que la presa de Aswan, en el río
Nilo, no ha significado lo que se esperaba de ella, pues tiene mucha pérdida de
agua por evaporación y, además, se ha modificado negativamente la biología del
mar Mediterráneo, al perderse el aporte de agua que traía este caudaloso río en
su extremo oriental. En España, todo nuestro litoral ha sido agredido por una
construcción desmedida que sólo buscaba enriquecimiento a corto plazo, sin
importar para nada un mínimo de respeto al entorno y a su historia, también la
biológica. Tratando de promocionar paisaje, se destruyó en muchos casos de modo
irreversible.
Ahora se permite la desaparición de lobos, tal vez para que
los ganaderos duerman tranquilos. Serán los agricultores los que a partir de ahora sufran
insomnio por temor al jabalí y a sus destrozos. Pues qué les vamos a hacer, no
todos pueden dormir contentos en estas tierras.
No creo que nuestro planeta esté para fiestas con
tanta agresión de toda índole. Convendrá enseñar que su conservación
equilibrada nos compete a todos, con diferentes grados de implicación según el
lugar en que nos encontremos. Me duelen profundamente estas batidas contra
lobos y jabalíes. Tal vez no haya maldad en quienes las organizan o las
secundan. Sólo ignorancia y un legítimo deseo de defender lo propio. Pero están
huérfanos de información. Tal vez entre ellos se hayan propagado bulos, a ver
cuáles. Recuerdo cuando por los años cincuenta, en plena plaga del escarabajo
de la patata, se decía que por las noches los tiraban desde avionetas pagadas
por los fabricantes de insecticidas, para fomentar su consumo entre los
campesinos. No faltaban los que lo creían, pues es muy sencillo engañar a
ignorantes. Y si el engañador está bien vestido y habla fino, más sencillo
todavía. Por eso añoro honrados programas educativos que indique que en este
planeta no sólo hay sitio para todos, sino que, además, todos somo necesarios
en él.
Mucho me temo que esta dinámica seguirá hasta que campañas educativas, seriamente educativas, orienten a la gente del campo acerca de lo que es conveniente hacer y pongan fin a esta locura criminal.Tal vez faltan unas buenas sesiones educativas por parte de personas competentes, que las hay, que sepan generarse la confianza de aquellos a quienes se quieren educar.
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